martes, 29 de abril de 2014

La última batalla de Marx: Ucrania oriental.

Traducción de Guillem Murcia (28 abril del 2014) 

Rotekeil

El siguiente artículo es una traducción de Marx’s last stand, publicado en Al Jazeera por Vladimir Golstein, que amablemente nos lo ha permitido traducir y reproducir. Golstein es profesor de literatura rusa en Brown University, Rhode Island. Es autor de “Lermontov’s Narratives of Heroism” (1999). Nació en Moscú y emigró a los Estados Unidos en 1979, donde estudió en las universidades de Columbia y Yale.

Por Vladimir Golstein /20 de abril del 2014

La “Primavera ucraniana” ha sido un tema popular para mucha gente. Se han presentado varias perspectivas: la estadounidense y la rusa, la ucraniana y la europea.


Cuando no se ha visto como la manifestación de la megalomanía de Vladimir Putin o de la manipulación de Estados Unidos, el conflicto se ha interpretado como el renacimiento de la Guerra Fría, como el intento postergado de Rusia de restaurar su imperio, o como una expansión occidental.

Se han invocado algunas categorías básicas, ya sean respecto al carácter nacional, la moral, el Bien y el Mal o nazis contra demócratas. Algunos han visto los sucesos como el choque entre un sistema político corrupto que ha fracasado en detener el avance de la democracia liberal; otros, como el globalismo dirigido por los EEUU estrellándose contra la roca que supone algún tipo de particularismo atrasado, formado por la Iglesia Ortodoxa y un sistema político caduco. Algunos conceptos más informados y sofisticados, como el desarrollo histórico o la compleja composición de la nación ucraniana, también han sido utilizados.

Sin embargo, lo que parece echarse en falta es el análisis de clase a la vieja usanza, del tipo que pensaba que había dejado atrás cuando emigré desde Rusia hace unos 30 años. En general, Occidente ha entrado ha entrado en una fase post-industrial; tiene una tendencia a ver la categoría del conflicto proletariado-burguesía como algo caduco y menos útil que, por ejemplo, los grupos étnicos o la religión. Pero lo que se está desarrollando en la Ucrania oriental tiene todos los rasgos de un drama marxista clásico.

Los oligarcas corruptos de Kiev han formado una alianza con las fuerzas ultraconservadoras de la región occidental de Ucrania, una región premoderna, centrada en la agricultura, y hostil a todo aquello que huela a ruso, incluyendo la modernización. El propósito, bastante obvio, de la alianza, es imponer una versión occidental de la “terapia de choque” en un país que hasta la fecha la ha resistido, ya que la economía está altamente vinculada a los recursos y el consumo rusos.

La expansión del capital occidental

Lo que para los rusos puede parecer “expansionismo de la OTAN”, o para Occidente “el avance de la democracia” es, en realidad, la expansión del capital occidental, que necesita las garantías del sistema político y jurídico occidental para funcionar. El antiguo presidente de Ucrania Viktor Yanukovich se resistió al acercamiento occidental, no debido a su lealtad hacia Rusia, sino debido al hecho de que robar en el sistema occidental habría sido demasiado complejo e incómodo, al menos a la escala a la que estaba acostumbrado. Pero una vez se le retiró del poder, se hizo más fácil para la élite económica y política pro-occidental de Kiev el embarcarse en este proyecto, mientras mantenían la lealtad de las regiones occidentales de Ucrania – las regiones que no pueden esperar a abandonar la influencia de Rusia y a probar suerte compitiendo con los fontaneros polacos por los pocos trabajos de calidad que quedan en Europa. Estos grupos vieron la occidentalización rápida como una liberación, no como una amenaza.

Pero, ¿qué pasa con el este de Ucrania, altamente industrializado? Aquellos que piensen que es Rusia la que está metiendo mano padecen un alto grado de ignorancia sobre la complejidad de la región. En la región de Donbas, en la que vive el 10 por ciern de la población ucraniana y produce el 25 por cien de las exportaciones del país, viven rusoparlantes que trabajan en las minas, plantas de acero y fábricas de maquinaria, y que tienen una visión un poco menos optimista de la occidentalización.

Pueden tener tantas afrentas contra los rusos como cualquiera en Ucrania, pero también conocen la situación y sus condiciones de primera mano. Son “demócratas reaganitas” [1]: trabajan duro, cumplen con la ley, beben vodka y quieren que se les pague su salario, sus pensiones y disponer de algunos servicios sociales, en vez de padecer corrupción. Tienen además una fuerte y orgullosa tradición de clase obrera, que se remonta al menos a un siglo y medio de antigüedad. En 1918, formaron la efímera república de Donetsk que se negó a unirse a Ucrania o a la Rusia Soviética.

La pérdida de un hijo de la localidad, Yanukovich, no parecía importar demasiado a la región. Pero además de las nóminas y las garantías sociales, los nuevos gobernantes han fallado también en tratar a la región con un respeto humano básico que cualquier grupo de trabajadores bien organizado tiene el derecho de esperar recibir.

Una de las peticiones que los trabajadores de San Petersburgo presentaron a sus jefes antes de unirse a la Revolución Rusa de 1917 fue la obligación de dirigirse a ellos en la forma respetuosa de “vy” y no el crudo “ty”. Pero ese tipo de respeto no llegaba desde Kiev. En vez de eso, hubo una manipulación tosca del idioma ruso, revisionismo histórico que intentó presentar el torturado pasado ucraniano desde la perspectiva de los anti-comunsitas y colaboracionistas nazis, la mayoría de los cuales estaban reescribiendo la historia ucraniana tras haber emigrado. Y además estaba la retórica hostil, conflictiva, de presentar a cualquiera que no estuviese de acuerdo con Kiev como “esclavos”, lacayos de los rusos, o incluso “criaturas”, como a la diputada de Lviv en Ucrania Occidental, Iryna Farion le gusta referirse a los rusoparlantes.

Este desprecio cultural puede ser menos obvio para los espectadores occidentales, que dependen de los programas de noticias o las traducciones. Tampoco podrían esperarse a ningún político “al estilo occidental” que pudiese permitirse este tipo de lenguaje. Hace poco, el 17 de abril, al banco co-propiedad del gobernador de la región de Dnipropetovsk no pudo ocurrírsele mejor idea que ofrecer una recompensa de 10.000 dólares por cualquier moskal, que es un término peyorativo para un ruso; la traducción occidental de esta oferta fue “Diez mil dólares por un separatista”. Para cualquiera que pueda leer las noticias en versión original, este tipo de retórica es increíble. Aunque la clase trabajadora rusa y ucraniana ha sido denigrada cada vez más con el desmoronamiento del sistema soviético, estos insultos les duelen incluso más después de sus esperanzas tras la caída de Yanukovich. La humillación cultural hace que los trabajadores sean escépticos con el nuevo gobierno, pero la degradación material servirá sólo para llevarles más allá del límite.

Políticos ilusos

Los políticos ilusos de Kiev pueden culpar la interferencia de los rusos – o de Putin –, pueden intentar capturar a soldados y políticos, arrodillarlos y humillarlos (tal y como hicieron con el candidato pro-ruso, Tsarev, dándole una paliza y obligándole a desfilar en ropa interior), pero estos ataques son tan útiles como los sacrificios humanos de los aztecas cuando se enfrentaban a la llegada de los españoles. Los trabajadores locales no necesitan la propaganda de Putin para saber que muchas de sus plantas con chimeneas serán cerradas una vez Ucrania se una a la Unión Europea. Les basta con mirar a su alrededor, a otros países que se han unido recientemente a la UE, desde Hungría a Rumanía o los estados bálticos, o incluso a la propia economía rusa que ha pasado a exportar recursos naturales a costa de miles de fábricas cerradas, para saber lo que les pasará a las grandes fábricas soviéticas que aún cubren el paisaje de la región de Donbas.

El gobierno pro-occidental de Ucrania ha hecho muy poco para disipar los temores de la clase trabajadora de Donbas, sean étnicamente ucranianos, rusos, armenios o húngaros. Igual los fanáticos de Ucrania occidental pueden sobrevivir de su odio a todo aquello que huela a ruso, pero los hombres y mujeres trabajadores de Donetsk, Lugansk o Kharkiv necesitan pan y mantequilla sobre sus mesas. Estos víveres se están agotando, sin embargo, mientras queda más y más claro que el precio del gas se incrementará, que Rusia dejará de comprar sus productos y que Occidente cerrará sus fábricas.
Además, la población está tan bien organizada y llena de ira, que incluso si Kiev decide recurrir a la violencia contra ellos, ello sólo provocaría una guerra civil brutal. Hasta la fecha, el gobierno ucraniano se ha resistido más o menos a usar la violencia, pero la retórica virulenta de varias publicaciones ucranianas no parece remitir después de firmar el acuerdo de Ginebra.

Kiev puede, con toda seguridad, explotar los miedos ucranianos contra Rusia mientras agita el Holodomor (la hambruna provocada por Stalin de millones de ucranianos), el estalinismo o incluso el putinismo. Es fácil tentarlos con las promesas de abundancia occidental, o de su sistema política y económicamente avanzado. Pero todas estas preocupaciones y promesas históricas poco hacen para apaciguar los miedos de los hombres y mujeres de clase trabajadora que habitan en Ucrania oriental.

Sospecho que ya han tomado una decisión o que se verán obligados a tomar una muy pronto debido a la incompetencia del nuevo gobierno, al que, con su deseo temerario e impaciente por unirse Europa, no se le podía ocurrir nada mejor que insultar a su población trabajadora antes de sacrificarla en la hoguera del capitalismo corporativo, el sistema económico que funciona a duras penas en Occidente y que fracasará con toda seguridad en Ucrania.

1. El término “demócrata reaganita” suele usarse por analistas políticos para hacer referencia a los votantes blancos de clase trabajadora del norte de los Estados Unidos, con posturas más a la izquierda en cuestiones de redistribución económica, y más conservadoras en aspectos morales o seguridad nacional (lo cual remite a la idea de los cleavages en Ciencia Política). Estos votantes habrían apoyado tradicionalmente al Partido Demócrata hasta la llegada de Ronald Reagan, que habría sabido ganárselos en las elecciones de 1980 y 1984, consiguiendo la victoria. El trabajo de Stan Greenberg, que estudió a los trabajadores blancos miembros de sindicatos de la industria del automóvil de Macomb County, Michigan, se considera un clásico sobre el tema. En el mismo, Greenberg observó que en 1963 Kennedy recibió el 63% de los votos de Macomb County, mientras que Reagan obtuvo el el 66% en 1980 (N. del T.).

2. En ruso, el pronombre vy se utiliza para dirigirse respetuosamente al interlocutor, mientras que el ty es utilizado, o bien entre familiares muy cercanos, o con niños  pequeños. En ese sentido, utilizarlo para dirigirse a trabajadores que uno no conoce, hablando desde una posición de poder, denota una actitud entre paternalista y de menosprecio (N. del T.).


2 comentarios:

  1. Hola, compañeros, os escribo desde rotekeil.com Os agradecemos la difusión del artículo y de nuestro blog, pero nos gustaría pediros si podéis indicar la autoría de la traducción y el origen de la misma al inicio del artículo, enlazando a nuestra web. El motivo es que solicitamos personalmente el permiso del autor para reproducirlo, y nos indicó que uno de los requisitos era enlazar al original y citar la fuente.
    Gracias, ¡un saludo!

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  2. Hola Guillermo, muchas gracias por tu comentario, de antemano mil disculpas por omitir la autoría de la traducción, ya lo hemos corregido. Te comento que seguimos tu pagina y el articulo que reproducimos obtuvo mucha impresion entre compañeros de mi unviersidad. Sigue escribiendo, y un saludo!

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