Alejandro Nadal /25/04/2012
La decisión argentina de
recuperar el control de la industria petrolera ha sido considerada una muestra
de que América Latina está dispuesta a reconquistar sus derechos sobre la base
de recursos naturales. Muchos ven en esto la señal de que los días del neoliberalismo
están contados en la región. La realidad es algo más complicada.
En la primera mitad del siglo
XX el extractivismo marcó la inserción de América Latina en la economía
mundial. La palabra extractivismo es un poco inexacta pues comprende
la industria extractiva, así como la producción agrícola en monocultivo para la
exportación.
El extractivismo está asociado a la existencia de enclaves, explotación laboral sin límite, violaciones a derechos humanos, el exterminio de grupos indígenas y la subordinación de los gobiernos al poder de empresas multinacionales. Era un callejón sin salida del que es difícil escapar. La estrategia de sustitución de importaciones aplicada entre 1940 y 1980 estaba diseñada para escapar de esta trampa. Pero la crisis de la deuda de los 80 permitió imponer el régimen neoliberal y el extractivismo regresó con ánimos de venganza.
El extractivismo está asociado a la existencia de enclaves, explotación laboral sin límite, violaciones a derechos humanos, el exterminio de grupos indígenas y la subordinación de los gobiernos al poder de empresas multinacionales. Era un callejón sin salida del que es difícil escapar. La estrategia de sustitución de importaciones aplicada entre 1940 y 1980 estaba diseñada para escapar de esta trampa. Pero la crisis de la deuda de los 80 permitió imponer el régimen neoliberal y el extractivismo regresó con ánimos de venganza.
La ola de privatizaciones
entregó el control de la industria minera y petrolera a las multinacionales. La
política fiscal restrictiva y el retiro de los apoyos a la agricultura de
pequeña escala, junto con la liberalización financiera y comercial, permitieron
el retorno de la gran explotación agrícola en monocultivo, esta vez ligada a
los consorcios graneleros y semilleros que controlan el mercado mundial.
El neoliberalismo condujo a un
desempeño económico mediocre y a crisis repetidas. Todo eso condujo a cambios
políticos importantes. En elecciones libres y democráticas se sucedieron las
victorias electorales de Hugo Chávez en 1999, Néstor Kirchner y Lula (ambas en
2003), Evo (2006) y Rafael Correa (2007).
En esos países el control
sobre los recursos naturales se convirtió en la más alta prioridad por ser
fuente de recursos fiscales. El rescate se presentó como parte de un proyecto
nacionalista, lo cierto es que también se trató de una decisión pragmática que
no pasaba por la expropiación. Y no es que el acceso a la tecnología hubiera
sido la gran barrera a la entrada. Las grandes empresas multinacionales poseían
los canales de comercialización y lo más fácil fue seguir una estrategia
adaptativa para renegociar los términos de contratos y concesiones, evitando
choques con Estados Unidos y algunos países europeos. Muy rápidamente se pudo
captar así una proporción mayor del excedente de explotación y dotarse de
recursos fiscales.
No sorprende que los
indicadores sobre composición del PIB y de las exportaciones sigan revelando la
importancia del sector primario-exportador en las economías de muchos de estos
países. Claro está que en el nuevo esquema los recursos fiscales permitieron
incrementar el gasto en salud, educación, vivienda e infraestructura. También
se mantuvo una política de recuperación de salarios y aumentó la cobertura y
alcance de los programas de lucha contra la pobreza. Esto ha dotado de legitimidad
política y social a estos gobiernos. Pero también pudo haber generado una
cierta adicción frente a este neo-extractivismo y una mayor presión para
aumentar la producción y maximizar la obtención de recursos.
A la larga, el flujo de
recursos fiscales provenientes del neo-extractivismo no es sustentable. Depende
primero de la duración del ciclo al que están asociados los altos precios de
los productos básicos. Cuando expire ese ciclo vendrá la caída en los precios y
los ingresos fiscales tendrán que disminuir. Además, el colapso ambiental
también puede cortar abruptamente el flujo de recursos. Así, la minería a cielo
abierto, la explotación forestal y el monocultivo comercial en gran escala
(Brasil y Argentina con la soya transgénica) ya son ejemplo de catástrofes
ambientales.
Este proceso está marcado por
fuertes contradicciones, todas relacionadas con las particularidades de cada
país. Pero es correcto afirmar que a pesar de una retórica nacionalista, el
neo-extractivismo no ha alterado la forma de la inserción en la economía
global. Hasta cierto punto eso es normal y ese objetivo es parte de una lucha
de largo plazo. Con la excepción de Venezuela y en menor medida Argentina, no
se ha cuestionado el marco macroeconómico del neoliberalismo. Por ejemplo, Ecuador
mantiene su economía dolarizada, lo que coloca enorme presión sobre sus
recursos naturales. No sorprende que a pesar del compromiso de Correa para no
explotar el petróleo de Yasuní, su gobierno fomenta los proyectos de la gran
minería.
Desde luego, con todos sus
defectos, el proceso neo-extractivista en los gobiernos más progresistas es un
avance si se le compara con lo sucedido en el neoliberalismo. Basta ver el
ejemplo triste de México: aquí también persiste una forma de extractivismo,
pero el gasto social sigue en el piso y la represión violenta en contra de las
comunidades y grupos indígenas se intensifica.
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