Marcos Roitman Rosenmann/ Domingo 6 de mayo de 2012
Francia representa, en medio de
la crisis, un estado de ánimo. Las elecciones presidenciales que se celebran
este domingo pueden marcar los acontecimientos para toda la región. Si, como se
predice y las encuestas lo aseguran, gana el candidato socialista François
Hollande. Su elección sería un varapalo a la alianza Merkel-Sarkozy. Si nos
creemos los discursos de Hollande, asistiríamos a un cambio en la estrategia
para salir de la crisis. Las privatizaciones, la desregulación y las políticas
de austeridad fundadas en recortes y el credo del déficit presupuestario
dejarían paso a una idea de crecimiento económico sustentado en políticas
públicas generadoras de empleo y riqueza. Sería rescatar a Keynes y enviar a
las catacumbas a los defensores de Hayek.
Francia está en el punto de
mira, se juega más que una elección local. Las repercusiones, al menos en el
corto plazo, traería consigo el retorno de un discurso socialdemócrata,
ciertamente desgastado, pero en Francia, con un recorrido mayor que el de su
portavoz en España, Rodríguez Zapatero. Ejemplo de mal hacer, que Sarkozy no
dudó en utilizar para desacreditar a su contrincante en el último debate
televisado. Si nos atenemos a los hechos, los resultados electorales en Francia
siempre han tenido impacto en la Unión Europea. El ejemplo más reciente fue el
batacazo de los acólitos de la Constitución europea. Los ciudadanos franceses
se decantaron por un no rotundo. El resultado obligó a cambiar el rumbo.
Cariacontecidos los socios comunitarios optaron por no sufrir nuevas derrotas y
batirse en una retira honrosa, salvar el espíritu de Maastricht con un
sucedáneo, el tratado de Lisboa. No cabe duda que la defensa de un Estado
y una educación pública laica y de calidad se han convertido en un referente
para otros países fronterizos. No dudamos que también lo ha sido en sentido
inverso, pero los grandes logros de la revolución francesa siguen guiando el
hacer de sus presidentes, al menos si exceptuamos la derecha xenófoba y racista
de Le Pen.
En el contexto señalado, un
triunfo de Hollande pilla a contrapelo el itinerario seguido y marcado por los
organismos internacionales, sea el G-8, el G-20, el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial o el Banco Central Europeo. Un discurso
etiquetado como desarrollista constituiría un revés difícil de asimilar; más
aún, cuando el mensaje lanzado de manera hegemónica trata de convencer a tirios
y troyanos de los efectos positivos en el medio y largo plazo, para la región y
el resto del mundo, de los recortes en educación, sanidad y derechos laborales,
armada insignia de las reformas laborales y planes de ajustes.
Grecia, Italia, Portugal,
Irlanda y España se han transformado en casos paradigmáticos. No hay día en el
cual no sean noticia en los medios de comunicación y siempre por los mismos
motivos: aumento de la conflictividad laboral, huelgas generales, desempleo
crónico, suicidios de jubilados y empresarios en quiebra o un crecimiento
exponencial de las desigualdades y la exclusión social. A sus gobiernos se les
exige cumplir a rajatabla con el recetario neoliberal. Recortar todo lo
recortable, empezando por prestaciones sociales, y obtener más ingresos
instaurando el copago sanitario y la subida del IVA. El fin, reactivar el
consumo calmando el estrés de la banca privada y trasladando confianza a los
mercados. Sus gobiernos, no todos salidos de unas elecciones democráticas, se
han comprometido con este ideario. Sus planes de austeridad no dejan títere con
cabeza.
Si efectivamente el candidato
socialista François Hollande logra el triunfo, cuestión que parece muy
probable, en tanto cosecha adhesiones provenientes de la izquierda comunista,
además del llamado centroderecha, cuyo representante más preminente, François
Byrou, con 9.1 por ciento de los votos en la primera vuelta, declaró
públicamente que votará personalmente por él , Francia se convertirá
en un laboratorio político. Ojalá las declaraciones de Hollande no sean un mero
recurso de marketing y lo abandone una vez logrado su
objetivo. No albergo muchas esperanzas, sin embargo no cierro la puerta a las
sorpresas. Será cosa de esperar, tal vez sea la última oportunidad para que la
socialdemocracia francesa se redima de sus fracasos y suponga un freno al
neoliberalismo. Démosle el beneficio de la duda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario