La pregunta
es ambiciosa, desde luego. Algunos dirán que son los Estados-Nación más
poderosos militarmente, como Estados Unidos. Otros dirán que son las personas
más ricas y poderosas las que, conspirando, deciden en lugares poco
transparentes cómo gestionar el mundo. Sin duda también habrá quienes crean que
son las voluntades individuales las que conforman, a través del mercado, el
destino de nuestra economía mundial. Incluso, en una derivación de esta última
opción, puede pensarse que son precisamente las empresas transnacionales las
garantes del futuro político y económico de nuestro mundo. En todo caso,
probablemente todas tengan algo -aunque sea poco- de razón, si bien para
intentar responder tamaña cuestión no pueden servir análisis simples o prejuicios
sin confirmar empíricamente.
Mi intención
aquí no es otra que mostrar y difundir los resultados del reciente y único estudio
que ha evaluado la red global que conforman las transnacionales (también
llamadas multinacionales o grandes empresas a secas). Según este complejísimo
estudio que ha analizado las redes de 43.060 transnacionales, apenas un 737 de
ellas controlan el valor accionarial del 80% total. Esta distribución de poder
es mucho más desigual que la distribución de riqueza y renta. Además, el 40%
del valor de todas las transnacionales del mundo está controlado por un pequeño
núcleo -core- de 147 transnacionales. Y, más interesante si cabe, de ese núcleo
de trasnacionales tres cuartas partes son entidades financieras.
La evolución de la red
empresarial
Los
economistas clásicos distinguían entre capitalistas y trabajadores para
distinguir los dos espacios que podían ocuparse en la actividad productiva.
Corresponde esa clasificación a un análisis analítico abstracto de cómo opera
el sistema económico capitalista, pero también a cómo era la configuración
concreta del capitalismo más incipiente. Un capitalismo caracterizado por
empresas donde la propiedad y la gestión coincidían y existía por lo tanto un
capitalista activo preocupado por el control de su empresa y por lo tanto por
los beneficios que les pudieran dar. El resto de la empresa eran,
simplificando, trabajadores que alquilaban su fuerza de trabajo a cambio de un
salario. Imaginen en esta visión al capitalista industrial del siglo XIX
español, caracterizado por estar frente a la empresa vigilando la actividad
productiva. Por ejemplo, a Miguel Agustín Heredia, empresario industrial riojano
que montó importantes negocios en Málaga.
Según
evoluciona el capitalismo, sin embargo, esta realidad va cambiando y haciéndose
más compleja. Las empresas se hacen más grandes y surgen las primeras
sociedades anónimas. Se disocia la propiedad de la empresa -que queda en manos
de los accionistas- de la gestión de la misma -que queda en la dirección- y de
la actividad puramente productiva -los trabajadores-. Los accionistas suelen
ser grandes fortunas que juntando sus riquezas permiten acometer proyectos
empresariales más complejos y que rinden más beneficios. Un ejemplo español fue
la compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (M.Z.A.), que
nació de la unión de los capitales de grandes fortunas como las del marqués de
Salamanca, el duque de Morny y los Rotchschild (familia vinculada a las
finanzas), si bien también -como siempre- con el apoyo de capital público. O el
más obvio, el de la Rio Tinto Company Limited, empresa de capital danés e
inglés que cotizaba en la bolsa de Londres y explotaba las minas de RioTinto
(Huelva). En definitiva, las finanzas y la nueva organización empresarial
permite al capitalismo desplegar proyectos más ambiciosos que en ningún caso
una sola gran fortuna individual podría llevar a cabo, pero esa nueva organización
empresarial modifica a su vez la relación entre los sujetos económicos
(finanzas, propietarios, gestores, trabajadores) y por lo tanto las relaciones
de poder.
Con la
evolución de los mercados financieros, entre los que se incluye el mercado de
acciones -la bolsa, es decir, el espacio donde se compran y venden derechos de
propiedad de las empresas-, el sistema se hace aún más complejo. La
globalización económica y financiera va empujando a las empresas a una mayor
internacionalización. Hasta el punto de que gracias a la llamada ingeniería
financiera las grandes empresas pueden comprar con enorme facilidad partes de
otras grandes empresas o financiar nuevos proyectos de inversión. La aplicación
de las políticas neoliberales, que retiran el corsé keynesiano -las
prohibiciones y regulaciones que existían en el marco económico- no hacen sino
disparar esas tendencias subyacentes. Las grandes empresas pueden, desde
entonces, internacionalizarse incluso a partir de la emisión de lo que algunos
autores han denominado capital financiero (véase el trabajo de Oscar
Carpintero).
En este punto
de la evolución capitalista, las empresas están formadas por propietarios,
gestores y trabajadores pero que mantienen relaciones muy distintas a las
anteriormente descritas. Los propietarios son los accionistas, pero que ya no
tienen una preocupación directa por el estado de la actividad productiva -a
diferencia del propietario tipo s. XIX- sino que únicamente se preocupan por
rentabilizar su capital. La extraordinaria liquidez de los mercados les permite
a estos accionistas pasar de una empresa a otra en cuestión de segundos, por lo
que se disocian los intereses y vencen las estrategias cortoplacistas. Los
gestores, por otra parte, son los consejos de administración de las empresas y
los directivos, esto es, aquellas personas que toman las decisiones que afectan
a la actividad productiva. Estos consejos de administración obedecen órdenes de
los accionistas, porque a ellos les rinden cuentas -no en vano los accionistas
pueden exigir la destitución de éstos si consideran que no lo están haciendo
bien, es decir, de acuerdo a sus intereses-. Esta relación, propia de la etapa
neoliberal, está definida como “shareholder value” y estudiada en la literatura
económica en el marco de la llamada “corporate governance” y de la “teoría de
la agencia”. Los trabajadores, por otra parte, también están fragmentados en
función del segmento productivo al que están asociados -desde gerentes hasta
trabajadores de cuello azul-.
La moderna red empresarial
El problema
macroeconómico es que en el mundo no sólo existe la distribución de riqueza y
renta, sino también la de poder. Las grandes empresas determinan la
configuración económica de cualquier país o región, e influyen de forma directa
e indirecta en la creación de empleo y la calidad de vida. Por lo tanto, la
capacidad de tomar decisiones o influir en ellas por parte de las grandes
empresas es especialmente importante y es una manifestación de poder. Pero dada
la inmensa y compleja red que se ha tejido entre las propias empresas, es
complicado saber quién se encuentra detrás de esas decisiones.
El estudio
con el que he comenzado este escrito nos aporta datos esclarecedores. Teniendo
presente que las grandes empresas internacionalizadas, es decir, las transnacionales,
forman una red en la que por encima tienen a los accionistas y por debajo a sus
filiales (para las cuales la empresa matriz es su accionista), se ha elaborado
un mapa mundial de las 43.060 empresas más importantes. Como se puede observar
en el siguiente gráfico, esto no podría haberse hecho sin tratamiento
informático a partir del software adecuado (de hecho, la imagen sólo nos
ilustra la composición, porque más allá de ello no vemos un pijo).
De lo que se
extrae en el artículo es que hay un núcleo de empresas, o core (SCC en la imagen
siguiente), que se encuentran dominando las
relaciones del resto a partir de su control accionarial. Es decir, de las
ramificaciones que nacen de las empresas centrales puede observarse que
controlan parcial o totalmente gran parte del resto de empresas. En conjunto,
ese núcleo está formado por 147 empresas que controlan el 40% del valor
accionarial total. Saliéndonos del núcleo encontramos que 737 empresas
controlan el 80% del valor total.
Uno de los
aspectos más interesantes es que en ese núcleo de 147 empresas hay dos tercios
que son empresas financieras, es decir, grandes bancos comerciales y de
inversión. Y estos son, por lo tanto, los sujetos económicos con más poder para
determinar la economía mundial. La lista de esas entidades núcleo, que puede verse aquí, es
ilustrativa también del poder nacional que respalda esos intereses económicos.
A continuación, un zoom sobre las entidades financieras más importantes que
componen ese grupo. ¿Os suenan?
Conclusiones
No cabe
ninguna duda de que hay una relación directa entre las entidades que concentran
el poder económico y político, en la medida que han aprovechado la
debilidad autoimpuesta por los Estados por medio de las privatizaciones y
desregulaciones, la responsabilidad en la crisis financiera y los
beneficiarios del intento de salir de la crisis. Podemos decir, con los datos
en la mano, que las entidades financieras son quienes controlan la economía
mundial. Pero lo hacen sin necesidad de recurrir a conspiraciones oscuras,
porque es la propia dinámica del sistema económico capitalista la que explica
que estos sujetos económicos, las empresas transnacionales y su red, operen de
acuerdo a una lógica que les lleva a defender sus intereses. Intereses que son
antagónicos con los de los ciudadanos, de modo que su propia dinámica lleva al
incremento de la explotación sobre los más desfavorecidos.
El análisis
político de por qué un gobierno nacional sale en defensa de una trasnacional
(como Repsol) queda para otra ocasión, como también dejaremos para más adelante
un análisis de las implicaciones de clase que todo esto significa -por cierto,
magníficamente estudiadas por el economista marxista Gerard Dumenil-. Aunque en
ambos casos hay elementos en este propio artículo, en la medida que podemos
saber que, por ejemplo, Repsol está participado por entidades financieras como
CaixaBank y otras entidades que a su vez están participadas por entidades
financieras nacionales e internacionales. Por otra parte, los accionistas
acaban siendo, en última instancia, personas de carne y hueso. Esas personas
son las clases altas, los segmentos más ricos de la sociedad que participan en
las redes financieras -por ejemplo, en España el 40% de los hogares tiene el
60% de sus activos financieros en cuentas corrientes, que rinden poco o ningún
beneficio, mientras que los hogares más ricos tienen gran parte de sus activos
financieros en la forma de acciones o de fondos de inversión y de pensiones que
en última instancia casi todos tienen que ver con los derechos de propiedad de
las empresas transnacionales.
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