Alejandro Nadal /Miércoles 25 de julio de 2012
El mundo está ya en lo que deberíamos ir llamando la
Segunda Gran Depresión. Mientras Estados Unidos entra de lleno en una nueva
recesión, la crisis en Europa va de mal en peor. La economía china pierde
velocidad y los mal llamados mercados emergentes comenzarán a sufrir las
consecuencias de la crisis dentro de pocos meses.
La política de austeridad que
hoy se aplica en Europa está hundiendo el continente en una profunda recesión.
En un escenario tan sombrío es bueno echar un vistazo a las lecciones de la
historia. Después de todo, no es la primera vez que se recurre a los dogmas de
corte ortodoxo para buscar la salida en una crisis.
En lo que sigue, los
lectores pueden apreciar los paralelismos con la crisis actual y la política de
austeridad en Grecia, España, Italia y Portugal.
Una referencia pertinente es
el libro de Peter Temin, historiador de la economía y del cambio técnico. En su
libro Lecciones de la Gran DepresiónTemin examina la evolución de
los gobiernos de la alemana República de Weimar (1919-1933) y sus esfuerzos por
enderezar una economía devastada por la guerra y los altos costos de las
reparaciones impuestas por los aliados en el Tratado de Versalles. Tal y como
había anunciado Keynes, las reparaciones impuestas sobre Alemania resultaron
ser impagables. En 1921 Francia y Bélgica enviaron 70 mil tropas para ocupar el
valle del Ruhr en represalia por la falta de pago y los efectos fueron
desastrosos. En reacción, el gobierno alemán hizo un llamado a una huelga
general. La resistencia fue sofocada con lujo de violencia por las tropas
francesas.
La economía se colapsó. La
producción se redujo drásticamente y el desempleo se disparó (a más de 23 por
ciento). La recaudación se desplomó y el gobierno recurrió a financiar su
déficit a través de la monetización. Estaban dadas todas las condiciones para
el episodio de hiperinflación que dejó una profunda cicatriz en las
percepciones del pueblo alemán.
Para 1923 era evidente que la
economía alemana estaba a punto de explotar. Estados Unidos e Inglaterra
presionaron para aliviar la situación. En 1924 el famoso comité Dawes presentó
sus recomendaciones para retirar las tropas francesas del Ruhr, recalendarizar
el pago de reparaciones y restructurar el banco central. El objetivo era dar un
respiro a la economía alemana para que pudiera recuperar un ritmo de
crecimiento aceptable. La prosperidad (algo artificial) de los años veinte le
brindaba a Estados Unidos suficiente margen de maniobra para intervenir en la
reconstrucción de la economía alemana: Washington comprometió una cantidad
importante de recursos para invertir en la economía alemana.
Todo esto implicaba que
cualquier descalabro en Estados Unidos significaría el colapso de la economía
de la república de Weimar. Por otra parte, las recomendaciones del comité Dawes
eran de corto plazo y la carga de las reparaciones siguió siendo un gravamen
muy pesado. En 1929, poco antes del colapso en Wall Street, se estableció otro
mecanismo para aligerar el peso de las reparaciones. El resultado fue el
llamado plan Young, anunciado en 1930. Pero ya era demasiado tarde pues era
claro que Estados Unidos ya no podría proporcionar el oxígeno que necesitaba la
maltrecha economía de Weimar y Alemania nunca podría pagar las reparaciones.
Las autoridades en Berlín se
manejaban dentro del marco de referencia de las finanzas ortodoxas y del
sistema de pagos internacionales que imponía el patrón oro. Tuvieron que
responder a las restricciones que este entorno internacional imponía con una
fuerte depresión interna. Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank y su
sucesor, Hans Luther, aplicaron políticas restrictivas y mantuvieron la tasa de
descuento muy por arriba de las tasas de Londres y Nueva York con el fin de
reducir la pérdida de oro. Las autoridades fiscales fueron aún más agresivas en
su afán deflacionario: desde principios de 1930 el canciller Heinrich Brüning
mantuvo recortes fiscales brutales y una política deflacionaria (reducciones salariales
y de la ayuda por desempleo) para restablecer unequilibrio en el contexto
del patrón oro.
En vista de que Alemania tenía
que pagar sus cuentas externas con poder de compra equivalente al patrón oro,
el ajuste debía pasar por la deflación en el plano interno hasta alcanzar ese
objetivo. Las políticas deflacionarias y el revanchismo cristalizado en las
reparaciones de guerra acabaron por hacer añicos la república de Weimar. Entre
1929 y 1932 el partido nacional socialista pasó de 12 a 107 diputados.
Los dogmas de la ortodoxia en
materia financiera y fiscal carecen de sentido económico. Se apoyan en algunas
ideas que suenan lógicas pero que son falsas. Y cuando se les traduce en
política macroeconómica, el resultado es un desastre: no sólo son capaces de
hundir una economía en la depresión más profunda, sino que conducen a destruir
el tejido social y a un paisaje de violencia desoladora. En México y en Europa
las lecciones de la historia no deben olvidarse.
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