Werner Peña /11 de agosto del 2012
Cuando se habla de la deuda de
los países no es raro escuchar la vieja equiparación de una familia endeudada
con un país endeudado (metáfora hogar-país). La metáfora se plantea como sigue:
Cuando un hogar adquiere una deuda y luego adquiere otra y otra… Llega un
momento, dependiendo de la administración que se haga de la misma, en que para
hacer frente a los pagos la familia debe apretarse el cinturón y reducir el
gasto en ciertas áreas de necesidad. Este proceder evita que el hogar llegue a
enfrentar consecuencias serias como un embargo y, además, permite que la
familia equilibre sus cuentas.
El razonamiento descrito es de sentido común y
no hay mucho que objetar en cuanto a su aplicación; no obstante, el problema
surge cuando, en un actuar sumamente extendido, intentamos trasladar esta
lógica del ámbito microeconómico al macroeconómico.
La actual crisis de la deuda
en Europa es propicia para iniciar a dilucidar lo erróneo de la metáfora
hogar-país. Como se sabe, en la actualidad algunos países europeos han
adquirido niveles muy elevados de deuda, tan elevados que han tenido el efecto
de hacer que una vastedad de especuladores entren en pánico sobre la
posibilidad que estas naciones caigan en el impago o postergación de sus
compromisos. Aunado a lo anterior, en estos momentos la economía mundial se
encuentra experimentando una de las mayores crisis económicas por las que ha
atravesado en los dos últimos siglos, tan grave que se podría equiparar con el
Crack del 29. En este contexto, surgen las siguientes preguntas: 1) ¿Deben los
países altamente endeudados seguir la metáfora del hogar y poner el pago de la
deuda como uno de sus principales objetivos de política económica? 2) ¿El
seguir la metáfora del hogar y liquidar la deuda a como dé lugar pondrá a estos
países en la ruta de un crecimiento estable a largo plazo? Antes de responder a
estas preguntas hay que precisar algunos puntos.
En Economía se le da el nombre
de deflación a aquella situación en la que se experimenta una caída
generalizada de los precios (inflación negativa). Aunque en primera instancia
se piense que esto es positivo, hay que decir que una deflación puede tener
efectos incluso más negativos que la inflación. ¿Cuáles son los efectos de una
deflación? Pues bien, la deflación surge cuando existe una caída abrupta y
sostenida en la demanda, ante esta situación las empresas buscan vender lo más
rápido que pueden sus productos bajando sus precios, pues necesitan cubrir al
menos sus costos fijos, además, retrasan sus inversiones dado que esperan que
el día de mañana la tasa de interés que pagan por las mismas sea menor; por
otra parte, los consumidores al percibir que los precios pueden ser menores el
día de mañana prefieren abstenerse de consumir el día de hoy lo cual genera una
nueva reducción en la demanda, y dado que en el corto plazo la oferta se
mantiene, los precios registran una nueva reducción. Invariablemente este
círculo de hechos genera una caída constante de la actividad económica que
desencadena en reducción de márgenes de ganancia, cierre de empresas y por
consecuencia en desempleo generalizado.
La deflación y sus efectos
presentan una interacción con el sobreendeudamiento que actualmente es muy poco
mencionada. Precisamente, el sobreendeudamiento y su vinculación con la
deflación fue uno de los temas que interesaron al economista estadounidense
Inving Fischer, quien a partir del estudio de la crisis del 29, planteaba que
es muy probable que un elevado nivel de deuda de una nación, en un período de
turbulencia económica, derive en una deflación y que esto podría darse en
sentido inverso, una deflación puede llevar a mayores niveles de deuda. Las
conclusiones extraídas por Fischer son propicias para analizar la actualidad
europea, considerando, de forma especial, las similitudes existentes entre la
crisis actual y la del 29 en lo referente a sus efectos sobre la deuda de los
países.
Justamente las similitudes en
cuanto a los volúmenes de deuda entre ambas crisis hace relevante analizar, a
la luz de lo sucedido en el crack del 29, qué sucede cuando un
sobreendeudamiento deriva en deflación. Para esto, vamos imaginar que toda una
zona económica, compuesta por varios países, atraviesa por una de las peores
crisis económicas en el último tiempo, la cual tiene como resultado una caída
importante de la actividad económica. En esta zona hay algunos países con un
elevado nivel de endeudamiento. Sin embargo, la solvencia de los mismos aunque
preocupante es manejable hasta cierto punto. La difícil situación económica
experimentada por la zona activa la especulación a gran escala, siendo uno de
los principales objetivos las deudas con garantía soberana, principalmente de
aquellos países altamente endeudados, lo que hace que la prima de riesgo que
éstos pagan por la colocación de sus bonos soberanos incremente y por lo tanto
los niveles de deuda país se disparen. Supongamos que ante esta situación, los
líderes de estas naciones deciden que la mejor opción es aplacar las ansiedades
de los mercados, ¿cómo? Pues siguiendo la metáfora hogar-país asegurando a los
especuladores que el país hará frente a sus compromisos intentado liquidar la
deuda sea como sea. De esta forma se impone el pago de la deuda como el
principal objetivo de la política macroeconómica de estos países.
La compulsión de pagar la deuda
a toda costa tiene como consecuencia una reducción sumamente importante del
gasto del Estado, se recortan programas sociales, se despiden personas, se
aumentan las edades de retiro y se aplican cualquier tipo de medidas que
coadyuven alcanzar metas de déficits fiscales extremas, que reflejen una “real”
intención de cumplir con sus compromisos. Así, la caída de la actividad
económica se refuerza. Por un lado se encuentra la crisis por la que atraviesa
la zona y por el otro la reducción a mansalva del gasto público, y privado, en
la mayoría de los países. En estas condiciones todos gastan menos y por lo
tanto todos reciben menos ingresos, tanto al interior de los países como al
exterior. Este círculo vicioso se mantiene propiciando caídas constantes en la
demanda. Esta espiral hace que las empresas busquen deshacerse de sus productos
lo más rápido posible con el fin de al menos recuperar los costos fijos en los
que incurrieron para la producción de los mismos. Asimismo, no ejecutan sus
planes de inversión lo que incide en la tasa de interés provocando su caída.
Los consumidores al observar esta dinámica retrasan sus compras esperando que
el día de mañana los precios sean menores.
Supongamos que el imponer el
pago de la deuda como el principal objetivo macroeconómico en los países
altamente endeudados ha derivado en una deflación al interior de los mismos, y
que la misma tiene alta probabilidad de extenderse a todas las naciones que
componen la zona. En los países que experimentan la deflación, el valor de la
moneda se incrementa, lo que implica que la liquidación masiva de la deuda
país, impuesta por los líderes de dichos países, se ve contrarrestada con el
incremento del valor de la moneda, ya que, como señalaba Fischer, la velocidad
de la reducción de los dólares debidos no puede ir a la par que el incremento,
en términos reales, de cada dólar que se debe, lo que significa, en palabras de
Fischer, que la liquidación de la deuda se anula a sí misma. El que en términos
reales cada dólar no pagado es un dólar que incrementa su valor real implica
que los esfuerzos para pagar la deuda se incrementan para las sociedades de
estos países y más aún cuando las autoridades se empecinan en reducir el
déficit fiscal para asegurar el pago de la deuda, y es aquí precisamente dónde
se plantea una de las mayores paradojas de las sociedades capitalistas, Fischer
la expresa magistralmente: “entre más pagan los deudores, más deben”. Es decir,
cada dólar pagado reacciona sobre la deuda incrementándola, en términos reales,
aún más. A esta dinámica de hechos es a lo que Fischer llamó la “deflación de
la deuda”.
El fenómeno de la “deflación
de la deuda” introduce una nueva e interesante perspectiva desde la cual es
posible responder a las preguntas formuladas anteriormente acerca de la crisis
de la deuda en Europa:
1) Que los países europeos
altamente endeudados coloquen como uno de los principales objetivos de la
política económica la consolidación fiscal y el pago de la deuda, siguiendo la
metáfora hogar-país, es un grave error. Si todos los países al interior de la
zona euro y principalmente aquellos con sobreendeudamiento reducen su gasto
público con el fin de reducir su déficit fiscal el efecto inmediato es que los
ingresos y gastos de todas las personas se reducen; los ingresos de los
españoles se reducen porque los gastos de los griegos han disminuido y los
ingresos de los griegos caen porque los gastos de los portugueses disminuyen y
así sucesivamente. En esta medida, el problema de la insuficiencia de demanda
en vez de amainar se agudiza. De continuar con esta dinámica se están cocinando
los ingredientes perfectos para caer en un problema de deflación de la deuda.
De hecho, en un informe de julio del 2012 del FMI (disponible en el siguiente
link http://www.imf.org/external/pubs/ft/scr/2012/cr12182.pdf )
acerca de la situación europea se advierte que en las economías de la periferia
(Grecia, España, Portugal, entre otros) el riesgo de deflación es
significativo, señalando además, que en este entorno deflacionario se hace difícil
para estos países reducir la carga de la deuda, tal y como planteaba Fischer.
2) Continuar con la
liquidación de la deuda a través de la consolidación del déficit fiscal no es
ni por cerca una vía que permita a los países de la zona euro retomar el crecimiento,
tampoco es una medida que permite sentar las bases de un crecimiento sostenido
a largo plazo. Por una parte, es obvio que restringir todo tipo de gasto
público tal y como se ha hecho en Grecia y España, por citar algunos, no es la
medida correcta para incentivar las economías. Ahí donde el gasto privado se
contrae se espera que sea el gasto público sea el que sostenga la demanda.
Mirando atrás la fórmula aplicada por los países para salir de la crisis del 29
fue precisamente la opuesta a la que predica la Unión Europea en estos
momentos. Obviamente los países deben equilibrar sus cuentas, pero este no es
el momento, como destacaba Keynes “el auge es el momento para la austeridad”.
Por otra parte, predicar que a través de las rígidas metas fiscales que los
países se han impuesto se están fomentando las bases para crecimiento sano y
sostenido es no comprender cuáles son las raíces de este tipo de crisis, es
ignorar que esta no es una crisis de la deuda, sino más bien una crisis
especulativa devenida de la insultante desregulación de los mercados
financieros a nivel mundial.
Como se ve, es poco afortunado
comparar las cuentas de una familia con las de un país, hacer esto es pasar por
alto que las relaciones de interdependencia económica que se dan al interior de
un país y con su exterior son superlativamente más complejas que las de un
hogar con su entorno. A pesar de lo anterior, muchos economistas y políticos
europeos y no europeos están apostando por la analogía hogar-país simplificando
al máximo su análisis económico; no obstante, la realidad está mostrando que la
austeridad extrema no es la solución para equilibrar las cuentas de un país,
más bien ésta tiende a incrementar los problemas económicos y sociales haciendo
que los ciudadanos de estos países se endeuden cada vez más con cada euro de
deuda cancelado. Por esta razón, llama la atención que los líderes europeos
insistan en las medidas draconianas de ajuste y más aún que no se haya
aprendido nada sobre el camino a seguir cuando la economía se encuentra en un
estado depresivo, pareciera más bien que lo único que les importa es proteger a
los bancos alemanes, franceses, ingleses asegurando que los países pagaran la
deuda a costa de la imposición de grandes sufrimientos sociales de una gran mayoría
de población europea.
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