En la imagen Mario Draghi junto a Jens
Weidmann, presidente del Bundesbank alemán; personajes -especialmente el primero- que se han situado en el centro de la crisis de la eurozona en los últimos días. Pero ¿por qué?. Este artículo analiza críticamente lo que Draghi, presidente del BCE, dijo lo que dijo en su última conferencia de prensa (02/08/2012). El artículo además señala que el Banco Central Europeo no es un Banco Central sino un lobby del Bundesbank, lo cual está así estructurado desde el momento en que se estableció el euro.
Vicenç Navarro /3 de agosto de 2012
Una de las frases que se han
estado reproduciendo con mayor frecuencia en los medios de mayor difusión a los
dos lados del Atlántico es que “el euro está en peligro de desaparecer”.
Una y
otra vez se subraya que el euro puede colapsarse creando un enorme problema, no
sólo a los países de la Eurozona, sino a toda la economía mundial, resultado de
la importancia que ha adquirido tal moneda a nivel internacional. El euro, sin embargo,
no está en peligro de desaparecer. Como bien dijo el Sr. Mario Draghi, el
presidente del Banco Central Europeo, en su conferencia de prensa última
(02/08/12), “el euro no ha estado ni estará en peligro”. En realidad, el Sr.
Draghi podría haber hecho referencia a que el euro continúa estando por encima
del dólar, habiendo descendido algo desde su momento de auge, pero permanece
todavía por encima del valor que muchos sectores exportadores de la Eurozona
desearían. Y el hecho de que no esté en peligro se debe a que las fuerzas
dominantes que determinaron su establecimiento continúan existiendo y
beneficiándose de su existencia.
Aquellos que continúan
insistiendo en que el euro está en peligro ignoran o desconocen cómo y el
porqué se estableció. El euro se creó como un mecanismo para integrar la
(dividida) Alemania post-nazi dentro de la Europa democrática. La reunificación
de las dos Alemanias, deseada por la estructura de poder de aquel país,
atemorizaba a la mayoría de países aliados que habían ganado la II Guerra
Mundial, temiendo que surgiera de nuevo la Alemania unida frente a los países
aliados (como Francia y Gran Bretaña) que habían sufrido dos veces en un siglo
las ansias expansionistas de aquel país. De ahí que el presidente Mitterrand
(que había dicho que quería tanto a Alemania que quería dos de ellas, en lugar
de una) propusiera que el marco alemán fuera sustituido por una moneda europea
–el euro-, a fin de anclar la nueva Alemania en la Europa democrática.
La condición que puso el
gobierno alemán, sin embargo, fue que el euro fuera gobernado por una
institución (el Banco Central Europeo, BCE) en el que el Bundesbank (el Banco
Central alemán) tuviera la mayor influencia: en realidad, el BCE estaría bajo
su control. La otra condición que puso Alemania fue la aprobación del Pacto de
Estabilidad, que sometía a todos los países de la Eurozona a condiciones de
gran austeridad fiscal, que deberían respetarse incluso en condiciones de
recesión, como ahora. Para entender la aceptación de estas dos condiciones (que
han tenido un impacto negativo en el crecimiento económico de toda la Eurozona)
por parte de los países aliados, hay que entender el dominio hegemónico del
neoliberalismo (iniciado por el presidente Reagan en EEUU y por Margaret
Thatcher en Gran Bretaña) a los dos lados del Atlántico. Un promotor de tal
ideología fue el capital financiero alemán, que estableció el control de la
inflación como el objetivo central del establecimiento del sistema financiero
europeo, centrado en el BCE, intentando a la vez disminuir el rol de los
Estados y en su lugar, favorecer a la banca privada y al mundo empresarial
exportador. Y así se hizo.
El Banco Central Europeo no
es un banco central
Ahora bien, el problema mayor
del BCE es que no era ni es un Banco Central. Un Banco Central digno de su
nombre imprime dinero y compra la deuda pública de su Estado, regulando así los
intereses de su deuda. Cuando tales intereses suben, el Banco Central compra
deuda pública de su propio Estado y los intereses bajan. Con ello, el Banco
Central protege a los Estados frente a la especulación de los mercados
financieros con su deuda.
Pero el Banco Central Europeo
no hace esto. Imprime dinero pero no compra deuda pública de los Estados,
consecuencia de ello es que la deuda pública de los Estados está sujeta a
la especulación de los mercados financieros. Ello explica que todos los Estados
de la Eurozona sean muy vulnerables a tal especulación, pues no tienen un Banco
Central que les proteja. Es cierto que el BCE ha comprado deuda pública de
algunos de estos Estados (a pesar del mandato que tiene de no hacerlo) cuando
la situación ha alcanzado un nivel intolerable en algún país. Pero lo hace casi
clandestinamente y muy a regañadientes, y en cantidades muy insuficientes. Y
los mercados financieros son conscientes de ello. No hace, pues, lo que debe
hacer un Banco Central, que es indicar a los mercados financieros que actuará
con contundencia cada vez que se inicie un ataque de especulación, no
permitiendo que éste tenga lugar. El grado de desprotección que un país puede
alcanzar aparece claramente ahora en el caso de España. A pesar del enorme
ascenso de la prima de riesgo, el Estado español no puede hacer nada (repito
nada) para protegerse de tal ataque. El argumento de que hay que reducir el
déficit público para recuperar la confianza de los mercados y dejar que éstos
especulen es frívolo en extremo. El que marca los intereses de la deuda pública
es el Banco Central, no los mercados financieros. Y el hecho que la prima de
riesgo sea tan elevada en España se debe a que el BCE no ha comprado deuda
pública desde hace ya casi 5 meses.
¿Qué hace, pues, el mal
llamado Banco Central Europeo?
El BCE, en lugar de prestar
dinero al Estado, ha prestado dinero a los bancos privados, a unos intereses
bajísimos (menos de un 1%), y con este dinero, estos bancos compran deuda
pública a unos intereses elevadísimos, de un 6 ò un 7% (como es el caso
italiano y español). Es el negocio más redondo del año. Esta situación se
justifica con el argumento de que tales préstamos a la banca privada garantizan
la efectividad del sistema financiero y la oferta de crédito, aún cuando la
evidencia de que tales préstamos repercutan en una mayor disponibilidad de
crédito es muy limitada. El crédito, por lo general, no aparece ni se le
espera. El BCE ya ha prestado casi 500.000 millones de euros desde diciembre de
2011 a la banca española e italiana, sin que el crédito aumentara a las
familias o a las pequeñas y medianas empresas. La evidencia de esta realidad es
robusta y convincente.
En este sistema financiero
europeo, la banca alemana es la dominante y ello, no solo por diseño de los
fundadores del euro, sino también por la enorme acumulación de capital
financiero resultado de otro diseño político, consecuencia de una serie de
decisiones tomadas por los sucesivos gobiernos alemanes. El gobierno Schröder
tomó una serie de medidas, continuadas por los gobiernos Merkel, que
potenciaron el sector exportador a costa de la demanda doméstica. En un
enfrentamiento entre el canciller Schröder y su Ministro de Finanzas, Oskar
Lafontaine, este último quería que la demanda doméstica fuera el motor de la
economía alemana (y por ende, de la economía europea), para lo cual proponía
una subida de salarios y aumento del gasto público, denunciando que el
crecimiento de la productividad estaba beneficiando más al capital que al mundo
del trabajo. El canciller Schröder, sin embargo, se opuso a esta estrategia,
favoreciendo, en cambio, que el sector exportador fuera el motor de la
economía, propuesta que el sector empresarial y financiero apoyó y que se
impuso, facilitando la acumulación de capital a costa de mantener una escasa
demanda doméstica. Ello generó una enorme concentración de euros en el sistema
financiero que, en lugar de mejorar los salarios de los trabajadores alemanes
(como Oskar Lafontaine deseaba) compró deuda privada y pública en los países
donde había una mayor rentabilidad de aquella inversión financiera, que era
precisamente en los países periféricos de la Eurozona, incluyendo España. El
origen de la burbuja inmobiliaria en España es precisamente el flujo de capital
financiero del centro, incluyendo Alemania, a la periferia, flujo que fue
facilitado también por la escasa capacidad adquisitiva de la población española
(resultado de la disminución de las rentas del trabajo durante los últimos
quince años) y consiguiente necesidad de endeudamiento.
¿Cómo aparece la crisis en
España?
Cuando la banca alemana
paralizó el flujo de capital financiero a la periferia (como consecuencia del
pánico que le entró al verse contaminada con los productos tóxicos de la banca
estadounidense) las burbujas inmobiliarias colapsaron, creando un agujero en el
PIB español de un 10% (y todo ello en cuestión de meses), disparando el
desempleo y los ingresos al Estado, apareciendo con toda su crudeza el enorme
déficit estructural público de España (que había sido causado por las grandes
rebajas de impuestos en tiempos de bonanza) y que había estado ocultado por el
crecimiento del gasto público, resultado de la burbuja inmobiliaria. El enorme
crecimiento del déficit público del Estado no se debía, como decía el
pensamiento neoliberal dominante de la troika (Comisión Europea, Banco Central
Europeo y Fondo Monetario Internacional), al disparo del gasto público, sino al
colapso de los ingresos al Estado. De ahí que las medidas de austeridad que se
han estado imponiendo no tienen ninguna oportunidad de resolver el problema del
déficit público, el cual sólo se puede reducir a base de incrementar los
ingresos al Estado mediante el estímulo del crecimiento económico y de las
reformas fiscales progresistas que faciliten el aumento de estos ingresos,
aumento necesario para resolver el mayor problema, no sólo humano y social,
sino también económico, que existe en la Eurozona (y en España), y que es el
desempleo.
¿Cuál es el propósito de la
supuesta ayuda financiera?
La narrativa oficial es que
tal ayuda viene a ayudar al sistema financiero español. La realidad, sin
embargo, es distinta. Su objetivo es ayudar a que los Estados (incluyendo
España) y los bancos de la periferia paguen su deuda a los bancos del centro de
la UE, y muy en especial a la banca alemana. En realidad, hubiera sido una
medida más eficiente (que la transferencia de fondos a los bancos) el que tales
fondos se hubieran distribuido a la población endeudada así como a las pequeñas
y medianas empresas y al Estado (tanto central como autonómico) a través de
agencias de crédito estatales como el Instituto de Crédito Oficial (ICO),
proveyendo crédito a intereses bajos, resolviendo así el enorme problema de
falta de crédito. La experiencia muestra que transferir estos fondos a los
bancos no resolverá tal problema. La población está enormemente endeudada, y el
Estado también. Pero tales “ayudas” financieras no están, en contra de lo que
dice el discurso oficial, orientadas a ayudar a los países sino a los bancos
del centro de la Eurozona y muy en particular, los bancos alemanes, como
reconoce Peter Böfinger (Chatterjee, Pratap, “Bailing Out Germany: The Story
Behind The European Financial Crisis”, 28/5/2012), consejero económico del
gobierno alemán, que señalaba que “esta ayuda no es a estos países, sino a
nuestros propios bancos, que tienen gran cantidad de la deuda privada en
aquellos países”. Un tanto igual ocurrirá con la intervención que el BCE desea
que ocurra en España (puesto de manifiesto en la última conferencia de prensa
del Sr. Draghi) pues, como ha ocurrido en Grecia, Portugal e Irlanda, el
objetivo principal de tal intervención es que los acreedores reciban su dinero.
¿Dónde está el problema del
euro?
El hecho de que el Estado
español tenga dificultades en obtener liquidez, y que tenga enormes problemas,
no quiere decir que el euro esté en peligro. En realidad, este desequilibrio en
la disponibilidad de crédito le está yendo muy, pero que muy bien a la banca
alemana (receptora ahora de un enorme flujo de capitales de la periferia al
centro) consecuencia de la inseguridad financiera existente en la periferia. La
fuga de capitales de la periferia al centro está descapitalizando a los países
periféricos y enriqueciendo a los bancos y al Estado alemanes (los bonos del
Estado alemán son hoy los más seguros del mundo, junto con los
estadounidenses).
La situación que se llama de
crisis, no es crisis del euro. A los países de la Eurozona periférica, el
sistema de gobierno del euro les está yendo fatal. Pero, repito, ello no quiere
decir que el euro se colapsará. Sólo colapsaría si los países periféricos
abandonasen el euro, lo cual es casi imposible, y ello por razones políticas.
Las medidas que se están tomando en la periferia (en teoría para salvar el
euro, el cual está en muy buena salud), están favoreciendo a las clases
dominantes de aquellos países. Las burguesías de los países periféricos están
utilizando la crisis para conseguir lo que siempre han deseado: reducir los
salarios, eliminar la protección social y desmantelar el Estado del Bienestar.
Y todo ello con el apoyo de la troika. Así, cuando Mario Draghi llamó a
Zapatero antes, y a Rajoy ahora, lo que le pide es que, a condición de que les
ayude, desarrollen las políticas de confrontación con el mundo del trabajo (y
esto es lo que ocurrirá si España está intervenida). Y en su conferencia de
prensa, Mario Draghi no podía ser más explícito. Indicó que la ayuda del BCE
estaba condicionada a la desregulación de los mercados laborales y a la
reducción del gasto público (del cual la mayoría es el social). Es lo que Noam
Chomsky ha llamado la guerra de clases unidireccional (ver su introducción al
libro Hay alternativas de Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón). Se ha
establecido así una alianza de las clases dominantes (que Jeff Faux definió en
su día como la lucha de clases a nivel mundial) que ahora toma lugar a nivel
europeo.
Nos encontramos, pues, en una
situación en la que la troika (que representa los intereses de la burguesía
financiera y exportadora alemana y de otros países del centro) coincide con las
burguesías financieras y empresariales de la periferia, en que el euro
permanecerá, pues está sirviendo a sus intereses. Lo último que el
establishment alemán desea es que Grecia, España, Portugal, Irlanda y ahora
Italia, dejasen el euro. Esto significaría el colapso de la banca alemana, que
posee 700.000 millones de deuda pública y privada de estos países.
Y las burguesías periféricas
tampoco desean salirse del euro porque les permite conseguir lo que siempre han
deseado, externalizando la responsabilidad. Es más, salirse del euro abriría un
enorme interrogante sobre su propio futuro. De ahí que de tal alianza de clases
puede concluirse que tendremos euro para rato. Así de claro.
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