Si no fuera por su componente
trágico, el resultado de la reunión del Consejo Ejecutivo del Banco Central
Europeo de ayer es como para estar riendo hasta que llegue la madre de todos
los rescates que, a fin de cuentas, de eso se trata, de acabar convirtiendo a España e Italia en
protectorados alemanes arrebatándoles los últimos restos de ejercicio
de soberanía que pudieran mantener.
¿Y a cuento de qué tanta risa?
Pues porque hace exactamente un año –no un lustro, ni una década, ni un siglo,
no, sólo un año- estábamos en la misma situación que ahora, con otro actor,
Trichet, tratando de calmar a los mercados apelando a la retórica bravucona al
tiempo que dejaba a los pies de los caballos a España e Italia, para intervenir
de prisa y corriendo inmediatamente después intentando corregir los efectos de
su patética inacción.
Para quienes tengan tan poca
memoria como Draghi me permitiré recordarles que el 4 de agosto de 2011 se
celebraba una reunión del Consejo de Gobierno del BCE en donde se discutía la
posibilidad de compra de bonos de España e Italia en el mercado secundario ante
la tensión brutal que los mismos estaban sufriendo. Como en el día de hoy, en
esa reunión se impusieron los halcones alemanes (Jens Wiedmann, presidente del
Bundesbank, y Jürgen Stark, director del departamento económico del BCE)
secundados por los presidentes del banco central holandés y luxemburgués
quienes se negaban a que esa intervención tuviera lugar. Así, a pesar de que
los votos se inclinaban a favor de la compra de bonos de España e Italia, el
gobernador Trichet decidió contemporizar con la línea germana y aplazó la
intervención, condicionándola a la aplicación de medidas de ajuste en ambos
países y limitando la compra de bonos a los de Portugal e Irlanda (precisamente
las dos economías que no lo necesitaban) y dejando fuera a las dos que sí
estaban necesitadas de ella. Y todo esto se acompañaba, además, con una de esas
frases enigmáticas con la que los banqueros centrales de todo el mundo han
dirigido la política monetaria cuando los tiempos eran calmos y que ahora, en
medio de una crisis sin precedentes, son candidatas perfectas a cualquier
antología del disparate. Decía Trichet hace un año: “No
me sorprendería que antes del final de esta rueda de prensa vieran ustedes algo
en el mercado”. Y vaya si lo vimos: los especuladores se lanzaron contra
los bonos españoles e italianos, el tipo de los primeros subió al 6,3% y el de
los segundos al 6,2%; la Bolsa de Madrid cayó un 3,9% y la de Milán un 5,16%;
el contagio se extendió y afectó a las de Nueva York (-4,1%), París (-3,9%) o Londres
(-3,43%). Efectivamente, vimos algo en el mercado: cómo los agentes penalizaban
la incompetencia del todopoderoso gobernador del BCE.
A partir de ahí la historia es
bien conocida: durante ese fin de semana el histerismo se generalizó; la pareja
Merkozy salió rápidamente a escena para decir que el euro es lo mejor que nos
podía haber pasado y que no lo iban a dejar caer, aunque eso supusiera arruinar
la vida de millones de personas que iban a ver sus condiciones de vida
afectadas por las medidas de ajuste-rescate; hubo reuniones por videoconfencia
del G7; se sucedieron las llamadas de Obama de acá para allá; se redactaron
cartas desde el BCE para Zapatero (que a día de hoy siguen siendo secretas) y
Berlusconi ordenando lo que debían hacer y que, en el caso de España, se
tradujo inmediatamente en un ajuste de 5.000 millones de euros y en una reforma
exprés de la Constitución; y finalmente se produjo la
intervención desde el mismo lunes por parte del BCE en el mercado secundario
comprando bonos españoles e italianos por valor de más de 22.000
millones de euros a lo largo de esos días, lo que permitió inmediatamente
reducir el tipo de interés de los bonos y achicar las primas de riesgo. Tanto
trasiego para acabar comulgando con ruedas de molino
A partir de entonces parecía
que las cosas debían haber quedado meridianamente claras: cuando los mercados
esperan una intervención, el gobernador del BCE no se puede dedicar a hacerse
el interesante lanzando frases enigmáticas; tiene que actuar, mucho o poco,
pero actuar.
Pero, además, de aquel
episodio también deberían haberse extraído algunas enseñanzas a nivel político
para todos los Estados miembros: el BCE no puede imponer su propia agenda
política sobre los Estados para obligarlos a aplicar medidas de ajuste fiscal
recurriendo a la asfixia financiera. Puede que el BCE no esté para sustituir a
los gobiernos, como dice Draghi, pero tampoco está para hundirlos. Y tampoco
puede actuar como el brazo armado de Alemania para imponer, apelando a su
independencia, las tesis suicidas de ésta. Ese no era su cometido cuando se creó;
sin embargo, a la vista está que esos son, tal y como ahora crudamente se
develan, sus fines y sus jefes.
Todo esto ocurría hace un año.
¿Qué ocurrió ayer? Cómica o trágicamente, según se mire, exactamente lo mismo.
El mismo guión con distintos actores: sustituyan a Trichet por Draghi, a
Zapatero por Rajoy y a Berlusconi por Monti y tenemos la misma opereta.
Acto primero: el 26 de julio
Draghi hace unas enigmáticas declaraciones, nuevamente de esas que tanto gustan
a los gobernadores de bancos centrales: “El
BCE hará lo necesario para sostener el euro. Y créanme, eso será suficiente”.
¡Mamma mía! ¡Qué tío! ¡Por fin alguien con un par de narices para enfrentarse a
Alemania!, debieron pensar en el resto de Europa. ¿Intervendrá en el primario
además de en el secundario? ¿Le dará ficha de banco al fondo de estabilidad?
¿Bajará los tipos de interés? ¿Abrirá una nueva barra libre para los bancos?
Sobre todo ello se especuló desde entonces a la espera de la reunión de ayer.
Acto segundo: reunión del
Consejo de Gobierno del BCE y, voilá, el gobernador no hace absolutamente nada
para sostener el euro, es más, le pega una doble puñalada trapera ante el
estupor del respetable y para alborozo de Alemania que venía enfriando los
ánimos desde que Draghi hizo su enigmática declaración y que, además, expresó
ayer su voto discordante en el Consejo.
La primera al no bajar los
tipos de interés, a pesar de que la inflación está por los suelos y que eso
podría aliviar de alguna manera a Europa por la vía de una mayor depreciación
del euro y la recuperación de las exportaciones. No, ni pensarlo; aflojar un
poco la cuerda, aunque sea de una forma tan liviana, no está en el guión.
Y la segunda al no intervenir
en el mercado secundario comprando bonos de Italia y España cuando era lo que
los mercados casi habían descontado, con lo cual, agárrense que vienen curvas
durante el tercer acto.
Eso sí, quien quiera acceder a
ese mecanismo, antes que pida un rescate como dios manda (seguro que Rajoy no
se sentirá incómodo con esa fórmula) y se someta a la condicionalidad de las
instituciones europeas -perdón, quería decir de Alemania, pero me traicionó mi
subconsciente formalista-, esto es, más ajuste, más recortes sociales, más
flexibilización del mercado de trabajo, más retraso de la edad de jubilación… Y
cuando ya estemos rescatados, entonces se planteará la intervención, ¿les suena
la tonadilla?
Y llegamos al acto tercero que
apenas acaba de comenzar: las Bolsas se han desplomado (el IBEX ha caído un
5,15% y el MIB italiano lo ha hecho en más de un 4%); la prima de riesgo
española ha pasado de los 530 puntos a 594 puntos, una escalada de más de 60
puntos básicos en apenas unas horas, y la rentabilidad del bono a diez años se
ha disparado hasta el 7%. ¿Sigo o no es necesario? Ahora viene la histeria, las
declaraciones, previsiblemente la petición formal de rescate y la intervención
del BCE en los mercados secundarios a posteriori, cuando los mercados ya hayan
situado en su punto de mira probablemente a Francia conscientes que de España
sólo cabe esperar el momento de la suspensión de pagos y la reestructuración de
su deuda.
Todo lo cual nos lleva,
ineludiblemente, a dos preguntas que de simples parecen infantiles pero a las
que alguien debería dar respuesta cuanto antes: ¿por qué y para qué?
Tomado de Funds People
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