Decían que Japón se hundía y
hace más de un año que este rumor ya se infiltraba, discretamente, en
entrevistas televisivas. Había oído hablar del tema, pero las grandes
noticias eran Grecia y Europa y nadie tenía ningún tipo de interés en
considerar seriamente este problema, y menos aun tratándose de un foco tan
lejos de la acción. Total, ya teníamos más que suficiente con nuestros
problemas.
Kyle Bass, gestor de
patrimonios de Hayman Capital, representante de la formada
camarilla de inversores que una vez apuntaron con acierto el objetivo de las subprime como
posible causa de la próxima gran crisis, ahora dirigía su mano acusadora al
otro lado del mar; al país del sol naciente.
Todos nos olvidamos del tema
hasta que David Einhorn, otro beneficiado de las subprime,
señaló Japón como una posible bomba de relojería y también inversión
estratégica por su fondo Greenlight Capital. No eran los
únicos “preocupados”. El pasado martes la agencia de valoración Fitch rebajó
un punto la calidad crediticia – la nota – del país a A +. Era un susto
para los mercados y las finanzas internacionales pero podría haber sido mucho
peor, seguía todavía unos puntos por encima de la calidad crediticia de España,
Portugal, Italia o Grecia.
Personalmente, tengo la sana
impresión de que cuando alguien me habla de Japón lo hace refiriéndose a un
viejo conocido, alguien de quién me han hablado muchas veces y por algún motivo
han dejado de hacerlo. Sé que ha ocupado partes importantes de mi
educación y por desgracia ha formado parte de algún examen final. Me
introdujeron en la revolución japonesa y me enseñaron, con mucho entusiasmo, el
método de fabricación de la compañía Toyota en contraste
directo al modelo de producción automovilístico de Ford. El just
in time como método de gestión de existencias era elegante y
preciso; óptimo. También estaban loskeiretsu como
modelos de organización empresarial en torno a una entidad
financiera. Ahora el sushi, el manga, la Sony o el Mario Bros. han
pasado a ser los grandes sustitutos como temas estrella de Japón. Sé que
son diferentes pero no por ello son métodos de estudio. En cambio la
sabiduría y las verdaderas revoluciones provienen de Silicon Valley y de sus
gurús con cuellos de cisne o camisas hawaianas.
Años atrás, acabada la segunda
guerra mundial, los nipones hicieron un gran esfuerzo para arrancar con mucha
energía un pequeño país por quien nadie daba ni un duro. Aproximadamente, hasta
el año ’73 fueron imparables. Después pasaron a ser
convencionales. Una burbuja financiera y una de inmobiliaria en los años
ochenta lo frenaron todo. Y cuando todos los expertos, haciendo uso de las
herramientas convencionales de control financiero como los tipos de interés,
esperando un crash, una recesión y una recuperación, la economía
nipona cogió una autopista completamente diferente y se estancó. La
sociedad no consumía sino que ahorraba, y eso no permitía una clara
recuperación de aquella situación. Se la acabó denominando: recesión
del crecimiento. Japón a diferencia de sus vecinos asiáticos no pudo
emerger, a pesar del volumen de gasto público que se destinó al desarrollo de
infraestructuras como solución, junto con un saneamiento a fondo de la banca a
principios de milenio, en los años 90 se les denominó “la década
perdida”. Esta década hace más de 16 años que dura.
En este contexto, tras el
prestigio obtenido por un conjunto de estrategias macroeconómicas más que
acertadas, se presentaba Kyle Bass. Definía su nueva teoría, muy lejos del
huracán que está arrasando Europa, diciendo que las arcas del estado japonés no
aguantarán por mucho tiempo el mantenimiento de una economía pausada y sin
crecimiento, financiada básicamente a través de una emisión
constante de deuda – bonos del estado – a precios demasiado baratos.
Los bajos tipos de
interés y que la demanda sea el mismo mercado nipón – la
demanda interna – hace que la financiación del estado
sea tan barato. El destino de las entradas de
efectivo que recibe el estado japonés es el gasto público en construcción
de infraestructuras, estímulos económicos mediante la impresión masiva de
moneda para el mercado – los denominados Quantitative Easing (QE)
-, y las subvenciones directas a empresas estratégicas. A
la larga el estado se ha hinchado de tal manera que la deuda por producto
interior bruto ha llegado al 200%. Es el porcentaje de
endeudamiento más elevado de las economías del primer mundo y la duda
más importante es si las familias querrán y podrán, continuar financiando este
gasto.
El catalizador más importante
de la estrategia de Bass para hacer explotar una situación que ya hace mucho
tiempo que aguanta es la demografía del país. La
previsión más inmediata es que un gran porcentaje de la población japonesa está
a las puertas de la jubilación y eso supone un impacto
inmediato en el gasto público. Los ahorradores que antes invertían en la deuda
estatal, los famosos Japanese Government Bond (JGB), dejarán
de hacerlo. Se reducirá la demanda interna de bonos y el gasto para los
subsidios por jubilación será mucho más alto.
El estado no se podrá seguir
financiando mediante esta vía si no aplica medidas estructurales eficaces.
Los optimistas, en su momento,
con la excusa del tsunami argumentaron que aquella catástrofe
serviría como impulso del PIB del país y reactivaría la economía. El
simple hecho de que hubiera tantos recursos dañados por la catástrofe obligaría
al consumo y al gasto para volver a la situación anterior. Pero no ha sido
así, y los optimistas el tiempo no les ha dado la razón.
Deberíamos remarcar que Kyle
Bass tampoco ha triunfado mucho. Este desde el 2010 ha estado invertido en CDS y
corto en bonos del estado japonés considerando que esta posición asimétrica del
mercado le reportaría una ventaja financiera considerable. Por el contrario,
los inversores todavía no han focalizado su atención a este rincón de planeta,
ni el país ha dicho “basta” financieramente hablando y eso le ha supuesto unas
pérdidas de más del 61% en el fondo Macro Opportunities Master Fund.
Dicen que muchos han fracasado
aplicando las mismas estrategias bajistas en lo que creían un sistema ahogado
japonés. Otros opinan que unas pérdidas iniciales no sustituyen unos
posibles beneficios estratosféricos a la larga. El mayor problema es que
la economía de Japón, como su gastronomía o su cine, no funciona de forma
convencional; ”occidentalmente” hablando.
Via The
Money Glory
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