Andrés Monares /15/03/2013
Los arreglos del
mercado... reducen la necesidad de la compasión, el patriotismo, la hermandad y
la solidaridad cultural como fuerzas motivadoras del mejoramiento social...
El
aprovechamiento del motivo ‘básico’ del egoísmo material para la promoción del
bien común
es tal vez el
invento social más importante que la humanidad haya realizado”
(Charles L.
Schultze)
A estas alturas las palabras del economista Charles L. Schultze, han de
parecer obvias para estudiantes y profesores de las escuelas y facultades de
Economía... Moderna. Eso sí, ya casi nadie habla en ese añejo lenguaje
filosófico que emplea el concepto de “egoísmo”; uno con no poco olor (¿o
aquellos dirían hedor?) a filosofía y religión. Hoy se utiliza el lenguaje técnico con
su asumida ventaja de universalidad, neutralidad y objetividad. Características
todas de la ciencia económica.
En tal sentido, se ocupan
términos modernos y/o técnicos tales como
“maximización”, “cálculo”, “economizar” o “racionalidad económica”. Hace rato
que la Filosofía Moral devino en “ciencia” económica. Y qué bueno que haya sido
así, nos dicen los propios cultores de dichos estudios productivo-comerciales.
Aunque una cuestión no menor es preguntarse hace cuánto tiempo que
ocurrió en realidad ese progreso disciplinar. En libros,
artículos y cátedras económicas el tema en general no se toca. ¿Para qué? Eso
es trabajo de los historiadores... e incluso para los arqueólogos. Así devieja se
presume que es la Economía Moderna. Pero, ¿cuál es su edad en
realidad? Por eso aquí hemos añadido y destacado a propósito la palabra
“Moderna”. No en su significado cronológico de actualidad, sino en su sentido sociocultural.
Si la Modernidad se refiere a la tradición anglosajona pos Reforma Protestante
del siglo XVI, la cual fue desarrollada filosóficamente por los miembros de la
Ilustración en los siglos XVII y XVIII, la Economía Moderna en tanto teoría se
entenderá cual descendiente directa de esos hechos.
Así las cosas, la disciplina es más vieja de lo que
algunos pudieran inocentemente creer. Pero en realidad es muy joven,
al tomar en cuenta los 190 mil años aproximados de existencia del homo
sapiens. Aquella se sitúa en la tradición anglosajona desde la perspectiva
sociocultural y en Europa Occidental desde el punto de vista geográfico. Como
es obvio con todo invento humano y para decepción del mito universalista acerca
de la Economía Moderna, ésta fue desarrollada en una sociedad particular y en
un tiempo determinado.
Aunque, más de alguien —un economista científico por supuesto— podría
señalar que no es asunto de la Economía entrometerse en cuestiones históricas,
y menos todavía con las religiosas y filosóficas. Mas, siempre es bueno
recordar que la Economía es una Ciencia Social(Sociocultural
diremos de aquí en adelante). Y el hecho de que en su análisis y descripciones
mida y emplee números, no la hace menos sociocultural. La
matemática es un medio, un lenguaje; no una esencia o un fin. Pero esa obviedad
debe ser con mayor razón recordada hoy, justamente por el dominio de la
tecnocracia (¿o teocracia?) neoliberal y su afán por
sobredimensionar la matemática.[1]
El problema es que en Economía Moderna, una disciplina que ha llegado a
ser tan dada a los formalismos, se ha realizado sin mucho análisis un cambio
que en una mirada superficial pareciera sólo formal: el “egoísmo” de la antigua
Filosofía Moral ha sido reemplazado por la “maximización” de la Economía científica.
Esa formalidad pretendería esconder o superar una
molesta piedra en el zapato... ¿O ni tan molesta cuando se constata que muchos
hasta están orgullosos de seguir una doctrina del egoísmo? Planteamos la duda
pues a la fecha no son pocos los economistas del tipo de Schultze, o sea,
quienes se sienten cómodos con y están convencidos de que el sistema basado en
el “egoísmo” para conseguir lucro y bienestar material, “es tal vez el invento
social más importante que la humanidad haya realizado”.[2]
Al menos para algunos más reflexivos o pudorosos, parecería poco
prudente o elegante fundar la Economía Moderna en el
“egoísmo”... una disciplina que muchos de sus cultores tienen la certeza de que
es científica. O sea, fundamentarla en lo que por siglos el pensamiento
occidental —lo mismo que sucedía y sucede todavía en otras tradiciones
socioculturales— catalogó de “vicio”. Si se quiere ver así, un profesor no ha
de sentirse muy cómodo al enseñar a ser viciosos o egoístas a
sus estudiantes y calificarlos bien si lo logran/demuestran. Entonces, por
suerte para aquellos más reflexivos o pudorosos, se enseña “racionalidad
económica” y son bien calificados quienes “maximizan” o “economizan” de forma correcta.[3]
Con todo, se puede recurrir a Lionel Robbins, padre del
formalismo económico moderno, quien estaba lejos de ser un reduccionista...
como muchos de quienes a la fecha pululan en la disciplina y con menos
pergaminos que aquel. El autor estaba convencido de lo infructuoso que sería
jactarse por mirarse el ombligo: “la Economía, por sí sola, no da
la solución a ninguno de los problemas importantes de la vida”. Por ello,
continúa Robbins, “una educación que consista sólo en Economía es muy
imperfecta”. Se podrá concluir que el autor ya era un crítico —¡en los treinta
del siglo pasado!—, de lo que a la fecha se ha llegado a denominar el autismo de
la disciplina y de la nula apertura mental de los más recalcitrantes de entre
sus colegas.[4]
A ese respecto, otros economistas han sido igual o más terminantes en
sus reproches a la actitud de autosuficiencia intelectual de una parte no menor
de quienes pertenecen al gremio. John Maynard Keynes dirá que “Son asombrosas
las tonterías que uno es capaz de creer cuando piensa mucho tiempo solo”. Por
su parte, Joan Robinson afirmará que “cuando los estudiantes de economía dejan
de hacer preguntas, están preparados para ser profesores”. De ahí que Gunnar
Myrdal, premio Nóbel de Economía 1974, recomendara liberarse de los
impedimentos que trae aparejada esa mirada cerrada y limitada; impedimentos que
pasan a ser “una pesada carga” teórico-práctica (Monares 2008).
En otras palabras, diversos investigadores y académicos de diferentes líneas
económicas nos recomiendan y empujan a cuestionar el cristalizado saber oficial.
Una de las consecuencias de esa actitud de sospecha, será tomar en cuenta
problemas que actualmente parecen estar fuera de la Economía.
Y aquella invitación a dudar no se realiza porque se crea que la Economía sea
omnisciente; y por ende, debaocuparse de todo cuanto haga el ser
humano y tenga además la capacidad de hacerlo… tal cual a la fecha muchos
economistas ortodoxos lo creen. Sino porque lo económico y
también la Economía —la producción y los intercambios
materiales, y las teorías al respecto— surgen, se explican y adquieren sentido
en su relación con el resto de la cultura de los grupos
humanos. En el mundo real lo económico nunca han sido actividades totalmente
autónomas. De hecho, son imposibles por sí solas. Siempre se han
materializado y tomado lógica en función de otras partes de una cultura
(Polanyi, Arensberg y Pearson 1976). Lo mismo que la disciplina económica —en
tanto sistema ideológico-metodológico-normativo de definición, estudio y
descripción de lo económico—, es imposible de separar del contexto donde fue
desarrollada.[5]
El caso específico que aquí nos preocupa, es por qué la Economía Moderna
ha elevado al vicio (egoísmo) a un sitio no sólo principal
sino hasta imprescindible. Pero a su vez, y por si fuera poco, incluso lo tiene
por benigno. La explicación que emprenderemos nos remite a aspectos
que se nombraron con anterioridad: la Reforma Protestante y la Ilustración. De
nada nos sirve aquí la Economía Positiva, la mera descripción que utiliza un
método y nunca se ha preguntado por los fundamentos de dichos procedimientos,
ni del por qué hay que usarlos... Y menos si describen la realidad de manera confiable,
es decir, si son capaces “de dar mediciones [y también descripciones no
numéricas] con el menor error posible” (Briones 1990).[6]
Expondremos en este texto cómo surge de la Reforma y se desarrolla en la
Ilustración, el principio que sostiene que en los asuntos humanos el
mal redunda en el bien. Esa manera de explicar/describir las sociedades
continúa siendo la piedra angular de la moderna Economía científica.
La cual a la fecha plantea y legitima, con argumentos supuestamente técnicos,
que el fin justifica los medios. En específico, que el egoísmo es indispensable
para alcanzar los más altos objetivos de toda sociedad que se estime o quiera
ser civilizada: la riqueza y el bienestar material.
II
Por cuestiones de espacio no podemos entrar aquí en detalles, pero
diversas investigaciones indican la importancia de la Reforma Protestante en la
posterior conformación ideológica de Europa Occidental. En especial, de lo que
a principios del siglo XVIII pasará a ser Gran Bretaña, cuna de la tradición
cultural que actualmente se conoce por Modernidad.[7]
En particular, esa influencia se centra en la teología del reformador
francés Juan Calvino. Su doctrina fue extendida a las islas británicas desde
Ginebra, su lugar de residencia y actividad reformadora e intelectual desde
1541 hasta su muerte en 1564. Los habitantes de dicho archipiélago —con la
excepción de los católicos irlandeses—, fueron especialmente en el siglo XVII
un terreno muy fértil para la doctrina calvinista. Sobre todo, pero no de forma
exclusiva, entre la burguesía propietaria; esa que a la fecha se le llamaría
“clase media”.
Para el problema que aquí nos preocupa, es necesario exponer la visión
del reformador francés acerca de las consecuencias del pecado original en el
género humano. Al respecto sostuvo que el resultado fue la total
corrupción de los individuos, por lo cual tienden de modo inexorable
al mal. En su presente estado degenerado, están “completamente bajo la
servidumbre del pecado”. Su naturaleza no sólo es del todo viciosa, sino además
fructífera en cuanto a diversas depravaciones. No hay posibilidad de que tales
criaturas obren bien; si algunas de sus acciones lo parecieren, es sólo una
falaz apariencia externa. Luego, esa maldad inherente haría necesaria la
intervención directa de Dios para controlarla. Si bien aquella no será curada
por ese constante gobierno, la Providencia la utilizará para
mantener a la especie, y repartir premios y castigos. La Deidad usa la
corrupción a fin de conseguir Sus benéficos objetivos para la
humanidad.
Los pensadores ilustrados, fieles seguidores de esa doctrina,
desarrollarán a Calvino en términos filosóficos. De esa manera,
elaboraron sistemas que según ellos demostrarían mediante la descripción de
la realidad, el modo en que la Providencia gobierna a los individuos y
sociedades. Y esa dirección, que busca hacer cumplir los designios de Dios,
pasaría desapercibida para los depravados dirigidos.[8]
Uno de esos pensadores ilustrados es el escocés Adam Smith, considerado
el padre de la Economía Moderna. Quien de hecho nunca fue un economista, sino
un piadoso filósofo moral que aplicó sus ideas al respecto al
ámbito productivo-comercial.[9]
Parte esencial del sistema filosófico de Smith es la primacía de los
“sentimientos” en la humanidad pecadora; siendo el egoísmo el
principal o el más característico de aquellos. Esto lo planteó en La
Teoría de los Sentimientos Morales (1759) —su obra más importante
según él y sus contemporáneos—, donde introdujo por primera vez el concepto de
“mano invisible”. Este singular mecanismo no es otra cosa que
la Providencia gobernando al egoísmo para lograr un fin benéfico. En
particular, el autor se refiere a cómo Dios dirige a los latifundistas a que
“sin pretenderlo, sin saberlo” promuevan “el interés de la sociedad” y aporten
“medios para la multiplicación de la especie”. Este objetivo lo cumplen al repartir su
riqueza, en la forma de salario, entre quienes los sirven en sus caprichos.
En La Riqueza de las Naciones (1776)
volverá a exponer Smith acerca de la “mano invisible” y de nuevo sostendrá la
existencia de una naturaleza egoísta de los individuos. Al presentar la vida
económica expondrá que ella se guía por aquella naturaleza. En
realidad, los bienes y servicios “necesarios y convenientes para la vida”, se
consiguen “interesando en su favor el egoísmo de los otros” y “haciéndoles ver
que es ventajoso para ellos” vender su trabajo o los productos de él. El
sistema económico, y finalmente toda la vida social, no responden a la
“benevolencia”. No podría ser así en una sociedad de pecadores. Por eso la
“mano invisible” o el gobierno providencial de los sentimientos, hace que esa
perversidad obtenga beneficios. O sea, la riqueza y el bienestar material de
los propietarios:
“Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni
sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su
país a la extranjera, únicamente considera su seguridad y
cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor
posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como en
otros muchos casos es conducido por unamano invisible a promover un fin
que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la
sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al
perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más
efectiva que si esto entrara en sus designios” (Smith 2000: 402. Las
cursivas son nuestras).[10]
En palabras modernas, la Providencia conseguiría de manera autónoma el
ajuste o equilibrio automático de los egoísmos en conflicto. Por la “mano
invisible” se explicaría la conformación de los precios, al mediar la
Providencia en la pugna entre oferentes y demandantes efectivos. Y a partir de
los precios, también por el egoísmo dirigido providencialmente, se organizaría
todo el sistema productivo-comercial y en último término la sociedad completa.
Pues, al ser los individuos en verdad unos comerciantes, según
Smith y quienes luego seguirán su pensamiento, conformarán una “sociedad
comercial”: se guiarían/serían guiados por el principio egoísta en cada
relación social.
Esa es la idea —¡nunca antes vista en la historia de la humanidad!— de
un mercado autorregulado formador de precios y dominador
de toda la sociedad. Precios que serán los óptimos cuando no se intervenga
el proceso (socio)económico o la acción de la “mano invisible”, es decir,cuando
la sociedad se autorregule a partir de su naturaleza viciosa. Fundamental
para este sistema de ajuste providencial-automático, es que se resguarde su autonomía.
Se entiende que Smith defiende la no intervención, en cuanto no entorpecer esa
dirección divina del egoísmo de la corrupta humanidad. Las buenas intenciones
reguladoras o en verdad racionales —en contraposición a la
“racionalidad económica” sentimental-egoísta—, obtienen peores resultados que
ese libre mercado emocional. O al menos, no los que se habían
propuesto concientemente.
Ese equilibrio o esos logros conseguidos “a pesar de” la maldad o la
innata conflictividad humana, es lo que en teología se denominará “armonía”. Se
entenderá que ella se logra por medio de la constante intervención
providencial. Aunque los economistas modernos han perdido el contacto con los
fundamentos de su quehacer teórico-práctico, los teólogos los reconocen sin
problema. Es el caso del teólogo protestante Paul Tillich:
“...a pesar de que cada uno puede estar motivado por el
interés de la ganancia, a pesar de que cada uno quiere
beneficiarse, al final se alcanzarán los objetivos generales de la
producción y el consumo por alguna ley oculta [de Dios]. Esta misma
idea subyace también, con muchos matices, en la teoría del capitalismo
estadounidense moderno. Existe esta creencia básica en la armonía”
(Tillich 1977: 355-356. Las cursivas son nuestras).
La concepción de una humanidad gobernada —y que era necesario y
conveniente que lo fuera— por su naturaleza emocional, no era nueva en las
islas británicas. Tampoco era una idea original de Smith. Ni lo era el que el
sentimiento más característico de los individuos fuera el egoísmo. Ese naturalismo es
parte de la tradición británica, como se puede ver en Thomas Hobbes, John
Locke, George Berkeley o David Hume (Monares 2012). Incluso esa idea del
egoísmo cual motor y factor de cohesión social, ya había sido
expuesta por Bernard Mandeville, moralista holandés naturalizado británico, a
principios del siglo XVIII. Dice el autor para quien Los Vicios
Privados Hacen la Prosperidad Pública:
“...me congratulo de haber demostrado que ni las cualidades amistosas ni
los afectos simpáticos que son naturales en el hombre, ni las virtudes reales
que sea capaz de adquirir por la razón y la abnegación, son los cimientos de la
sociedad; sino que, por el contrario, lo que llamamos mal en este
mundo, sea moral o natural, es el gran principio que hace de nosotros seres
sociables, la base sólida, la vida y el sostén de todos los oficios y
profesiones, sin excepción: es ahí donde hemos de buscar el verdadero origen de
todas las artes y ciencias, y en el momento en que el mal cese, la
sociedad se echará a perder si no se disuelve completamente” (Mandeville
1982: 248. Las cursivas son nuestras).
Esa concepción del mal que guiado por la Providencia consigue beneficios
individuales y sociales, no quedó limitada a las islas británicas. En el
continente el prusiano Immanuel Kant, la figura más importante de la
Ilustración tras Newton, la asumió de forma explícita en su filosofía. A pesar
de poder identificarse algunas diferencias formales menores, la propuesta de
fondo y su fundamento metafísico son a todas luces los mismos. Para Kant el
“antagonismo” es el medio del que se sirve la Providencia, a fin de encauzar
hacia Sus objetivos benéficos la “insociable sociabilidad”
humana. Según el autor en la historia humana se deja ver la existencia de un
plan de la “Naturaleza” y, por ende, una “justificación (...) de la
Providencia”:
“¡Gracias sean dadas, pues, a la Naturaleza [Providencia] por la incompatibilidad,
por la vanidad maliciosamente porfiadora, por el afán insaciable de poseer o de
mandar! Sin ellos, todas las excelentes disposiciones naturales del hombre
dormirían eternamente raquíticas. El hombre quiere concordia; pero la Naturaleza
[Providencia] sabe mejor lo que le conviene a la especie y quiere
discordia (...) Los impulsos naturales, las fuentes de la insociabilidad y
de la resistencia absoluta, de donde nace tanto daño,
pero que, al mismo tiempo, conducen a nuevas tensiones de las
fuerzas y, así, a nuevos desarrollos de las disposiciones naturales,
delatan también elordenamiento de un sabio creador y no la mano
chapucera o la envidia corrosiva de un espíritu maligno” (Kant 2000: 48. Las
cursivas son nuestras).
La idea del mal consiguiendo el bien no quedó limitada, como pudiera
pensarse, a los estrechos círculos de la filosofía académica o de los
seminarios teológicos. Aquella noción será una cara herencia que la Ilustración
legó a la Modernidad. La plena vigencia de esa paradoja reformada-ilustrada
entre los siglos XVIII y XIX, se puede constatar en cuatro ejemplos: Hegel,
luterano e idealista alemán, sostuvo el avance de la historia
por medio de la confrontación de una “tesis” y una “antítesis” que da lugar a
una “síntesis” superior; el hegeliano de izquierda, materialista y ateo Marx,
elaboró su mecanismo histórico-natural de progreso en base a
la “lucha de clases”; en las ciencias naturales, Charles Darwin, clérigo y
naturalista inglés, concluyó que el mejoramiento de las
especies animales no humanas se realizaba a través de la “lucha por la
existencia”; y por último, esa misma lucha que da lugar a la supervivencia de
los más aptos, será aplicada a los grupos humanos por los
“darwinistas sociales” (Monares 2012).
Antes de terminar este apartado debe hacerse una importante aclaración.
Estaba lejos de la intención de Smith o de los demás ilustrados, señalar que el
vicio es bueno o virtuoso. ¡Nunca los hubieran igualado o confundido! Ambos
son cuestiones del todo contrarias y sin lugar a dudas la virtud es buena en sí
misma. El punto es que dada la condición pecadora de la humanidad, la maldad
era parte inherente de su naturaleza. Dios no la cambiaba, pero la
controlaba al dirigirla. Era la Providencia la encargada de guiar a los
individuos a conseguir Susbenéficos fines.
Los iluministas jamás hubieran aprobado el vicio. Es evidente que su
intensa religiosidad cristiana hace imposible tal conclusión. Desde su
perspectiva, sólo estaban describiendo un fenómeno para ellos empírico:
el mal gobernado providencialmente, obtenía beneficios individuales y sociales.
III
La historia que sigue después del siglo XVIII es conocida o al menos se
puede deducir de lo antes expuesto. La Filosofía Moral se convirtió enciencia económica
y la paradoja del mal consiguiendo el bien, fue transformada en una cuestión científica.
Los sentimientos egoístas se concibieron cual constante de la humanidad, es
decir, en tanto un dato dado, regular, observable y predecible. Ahora el
sentimiento de egoísmo sería llamado con el nombre técnico de
“naturaleza” y se concluyó que específicamente ella tendía a maximizar con
una regularidad homologable a los fenómenos del mundo físico. Esas conclusiones
fueron aceptadas de forma transversal por los economistas modernos o
científicos:
“...la tesis [del principio natural del propiointerés] es común a todos
los economistas naturalistas, viejos o nuevos, de la escuela clásica,
psicológica, matemática o neoclásica (...) Todos los liberales son
naturalistas, ya sea que utilicen analogías mecánicas (físicas) u orgánicas
(biológicas). Son naturalistas en el sentido de que consideran la competencia
basada en la utilidad y en el propio interéscomo expresión de una lucha
general por la supervivencia y el mejoramiento” (Zweig 1961: 86. Las
cursivas son nuestras).
El lenguaje pasado de moda o poco riguroso de
Smith, fue reemplazado por uno técnico y se le agregaron matemáticas. La acción
regular de la Providencia fue transformada en las regularidades de la
naturaleza humana, las cuales fueron expresadas en leyes (remedando a la
Física, la ciencia modélica). La última conclusión de dicha mirada era la universalidad del
principio natural del propio interés: todo humano en tanto tal,
realiza un cálculo costo-beneficio dada su innata tendencia a maximizar. Al comprobarse que
el egoísmo individualista era inevitable, quedaba exento de cargar la mancha
del vicio y hasta tomaba un carácter positivo. Con posterioridad —para enmendar
las evidentes limitaciones de lossupuestos—, la tendencia a maximizar
fue ampliada: ya no se elegiría en los términos objetivos del
dinero. Ahora el cálculo se hacía asignandosubjetivamente un
“valor” a bienes, situaciones, personas, etc. Cualquier variable, ¡de cualquier
cultura, sociedad y época!, podría ser agregada a la “función de utilidad”...
La cual, sin embargo, seguía apegada al fundamento original: el cálculo
maximizador individual.[11]
A pesar de que la conversión de la Filosofía Moral en Economía
científica se hizo sobre los devotos desarrollos ilustrados, a dichos viejospensadores
se les terminó reconociendo una influencia menor o se les relegó a un supuesto
pasado demasiado remoto para ser tomado hoy en cuenta. Más bien habrían
elaborado una especie de protoeconomía: nociones rudimentarias e
incompletas —que además utilizaban poco y nada de matemáticas— o ya superadas
por las nuevas condiciones de las sociedades industriales o post industriales.
En el caso de Smith, su obra intelectual se redujo a La Riqueza de
las Naciones y además se la cercenó de su sentido original... imprescindible
para entender a cabalidad la propuesta del autor. Según los economistas
científicos, en ese paso la Economía había por fin roto el capullo y se habría
convertido en una ciencia de verdad.[12]
Esa es, a grandes rasgos, la estructura y los supuestos de
la Economía Clásica. La que está aún vigente en la llamada ciencia económica y
con mayor razón con el Neoliberalismo que domina en la actualidad la teoría,
práctica y política productivo-comercial. Pero, esa vigencia y dominio no se
condice con el grado de veracidad de sus supuestos. En otras
palabras, con su consistencia al enfrentar los hechos... los siempre porfiados
hechos. La Historia, la Antropología, la Psicología han demostrado con creces y
en base a gran cantidad de datos empíricos, la inexistencia de una naturaleza
humana. Del mismo modo, a estas alturas que esa naturaleza sea la egoísta —e
incluso materialista en general—, ni siquiera merece ser discutido. De dónde no
deja de ser llamativo que todavía sea posible preguntarse:
“¿Por qué un descubrimiento de sobra conocido había afectado tan poco a
una disciplina, la economía, con importantísimas repercusiones prácticas? ¿Por
qué todo nuestro aparato institucional se empeña en fomentar medidas basadas en
presupuestos antropológicamente endebles?” (Rendueles 2004: 163).
Las dudas planteadas en la cita son del todo válidas. Se sabe que aún
con los cuantiosos e irrefutables datos que dejan en evidencia esos
“presupuestos antropológicamente endebles”, se los continúa enseñando en las
cátedras de Economía Moderna cuales verdades fundamentales. Esas falacias y/o
errores siguen siendo el sustento de todo el andamiaje teórico-práctico de los
ortodoxos. En el caso de los economistas no tan ortodoxos y de
los heterodoxos, a pesar de que puedan rechazar el mito del egoísmo
individual, mantienen su creencia en el estatus científico de la Economía
Moderna. El cual precisamente deviene de aceptar, de modo conciente o
inconsciente, una regularidad estricta en la conducta humana.
Como es de suponer el autismo de los sectores ortodoxos
o cientificistas, y con mayor razón el de los fundamentalistas del libre
mercado, implica que ni siquiera se molesten en leer trabajos de otras
disciplinas socioculturales. Incluso, por más que de hecho les sirvan para
complementar su visión. Pues, ¿qué se puede aprender cuando se cree saberlo
todo? Sin embargo, desde dentro de la propia Economía Moderna
(¡por fin!) se ha demostrado la falsedad de los supuestos clásicos.
Es el caso de las investigaciones experimentales de Daniel Kahneman, premio
Nóbel de Economía 2002, las cuales establecieron que en situaciones de riesgo o
incertidumbre se decide contradiciendo los supuestos del “hombre económico”.[13] Eso,
en realidad y en general para cualquier situación de elección, las demás
disciplinas socioculturales lo sabían desde hace mucho tiempo. Hace demasiados
años. El incentivo lucrativo o material no es natural —al modo de un instinto o
una tendencia dominante— y por ende tampoco es inexorable. Si no hay un único
motor de los actos, existen de hecho diversasracionalidades económicas;
las cuales están fundidas con las complejas estructuras ideológicas que
establecen el marco sociocultural de toda decisión y/o elección.[14]
Esos tardíos avances en la teoría y en la práctica de
esa extraña ciencia sociocultural llamada Economía, pareciera que tampoco han
tenido impacto en la disciplina. El que algunos economistas heterodoxos hayan
descubierto recién ahora la diversidad y
complejidad de los actos humanos, tampoco ha logrado que los continuadores de
los clásicos se dieran por enterados de sus falacias y errores. Se insiste,
esas falacias y errores es lo que se sigue enseñando en las cátedras de
Economía Moderna. Por ende, la duda respecto de por qué no se toman en cuenta
los datos empíricos persiste. Quienes pudieran encarar el desafío no recogen el
guante. Es más, parecería que muchos de ellos ni siquiera se han enterado de
que ese guante les ha golpeado con violencia en pleno rostro. He ahí la
expresión del autismo disciplinar en toda su realidad.[15]
La ironía es que continuar actuando en base a supuestos falaces y seguir
enseñándolos, es la actitud más anticientífica que pudiera
tomar cualquiera que quisiera ser considerado un científico. Más impresentable
aún es rechazar una revisión del propio saber bajo argumentos de autoridad,
descalificando las ideas en contrario e incluso a quienes las sostienen por
defender intereses particulares, estar pasados de moda o no
ser economistas profesionales.[16] Esa
no es una actitud académica, sino dogmática. Y mucho peor todavía, pues cuando
se recuerda que a quienes nos referimos son (neo)liberales, se concluye que se
niegan a competir. Se mantienen en la comodidad de la posición dominante de
su monopolio intelectual.[17]
Cuando un cura ortodoxo discutía con Galileo acerca de un problema de
astronomía, éste le ofreció que mirase por su telescopio para zanjar la
cuestión. El cura no contestó con ningún argumento... simplemente se negó a
mirar por el telescopio.
IV
De lo revisado se sabe que el propio Adam Smith y junto a él los demás
ilustrados, rechazarían indignados el que se haya terminado igualando el vicio
con la virtud. Aún en su errónea concepción de una naturaleza
humana egoísta, estaban lejos de aceptar tal igualación/aberración moral. No
obstante, inconscientemente o con una vaga conciencia, los economistas modernos
se han apoyado en ellos para llevarla a cabo. Lo cual ha sido disfrazado al
ignorar la Filosofía Moral y hacer pasar a la Economía por “ciencia”. A pesar
de que se nos diga que ella sólo describiría hechos empíricos, se olvida o
se esconde un punto muy relevante: en tanto Economía política materializa los
dictados de la teoría.[18]
A la fecha el Neoliberalismo, por su política de discriminación
hiperpositiva hacia los grandes agentes económicos, relajó las
regulaciones del sistema productivo-comercial, cuando no las eliminó. La
autonomía del mercado fue salvada de las que hoy la ortodoxia
considera imprudentes e inútiles intervenciones. Bajo el convencimiento de los
beneficios del egoísmo, se elevó a dicho sentimiento vicioso a valor ético
superior, provechoso y necesario. Pero, la autorregulación en un ambiente donde
ya no prima la ética del trabajo productivo y honesto sostenida por Smith —el Espíritu
del Capitalismo identificado por Max Weber—, no ha dado siempre frutos
benignos. Parecería que los agentes del mercado llegaron a doblarle la “mano
invisible” a Dios o que últimamente Él ha preferido mirar para
otro lado…[19]
Pruebas hay muchas de que el sistema de ajuste automático del mal, no funciona sin
el trasfondo sociocultural en que tomaba lógica. Entre los muchos casos
citables tómense en cuenta sólo tres. La irresponsabilidad y/o el espíritu
delictivo que causó la crisis subprime, las estafas de Bernard
Madoff o la colusión de precios del oligopolio farmacéutico en Chile, ¿son un
exceso de emprendimiento o violaciones (éticas antes que) legales? Porque si
aceptamos la paradoja del mal benigno, ese dinero algún día lo
gastarían quienes lo birlaron a otros. Tarde o temprano llegaría al sistema
productivo-comercial para incentivarlo creando nuevas mercancías, servicios y
empleos. En tal sentido el tráfico de drogas, de personas o el trabajo infantil
al final también aportan al PIB. Ese dinero se gastaría o invertiría alguna
vez, ¿no?
A esa misma lógica paradojal del mal alcanzando el bien responde la
eliminación de leyes laborales, el mantenimiento de salarios bajos, las
deslocalizaciones, etc. Esos males circunstanciales —dicen los
neoliberales y lo recalcan cada vez que pueden—, provocarían un bien a mediano
plazo: más producción, empleo y riqueza. Para todos y todas agregan además. Es
la aceptación de un mundo tal como es, como ha sido construido en
realidad, en desmedro del empeño de hacer un mundo como debiera ser.
Y ello se sustenta en que el mal, al ser inherente a la especie, no sería algo
que se pueda hacer variar y menos hacer desaparecer. Es más, por fortuna no
habría para qué cambiarlo, pues en el fondo sería beneficioso para todo el
género humano. Entonces, ¿para qué intentar lograr el bien a través del bien?
De lo expuesto surge o debería surgir la necesidad de enjuiciar y/o repensar los
principios de la Economía Moderna. Si ya se sabe por datos científicos que no
hay una naturaleza humana —que elimina además la evidente
relevancia de los contextos socioculturales e históricos— y menos aún una
emocional egoísta, ¿por qué se mantiene ese error en tanto
principio básico del sistema de libre mercado y/o de la mirada
científico-legalista de la conducta humana? Pero todavía más, ¿por qué se sigue
enseñando esa teoría que no tiene ningún apoyo empírico?
Pues, no hay que confundirse y creer que esa mala hipótesis da cuenta de
la verdadera naturaleza humana, sólo porque muchas sociedades han sido
organizadas según esos principios. Por ende los asalariados, ahorristas,
consumidores y demás actores de los mercados libres debeneconomizar
o les conviene maximizar. No por un impulso inherente e
inexorable. Sino por evidentes motivos socioculturales de cada contexto y
época. He ahí la ventaja de la perspectiva amplia de las
disciplinas socioculturales, en comparación a las dogmáticas de
escritorio.[20]
Luego, de lo anterior, el cuestionamiento consecuente se dirige al hecho
de enseñar a ser egoístas a las nuevas generaciones. En otras palabras, ¿es
normal o correcto educar en el vicio y fomentarlo? De hecho, uno
podría preguntar a cualquier profesor de Economía Moderna si él enseña a sus
hijos a ser viciosos y si le gustaría que ello ocurriera en la institución
escolar donde los matriculó. Dudas que debieran tomar en cuenta el que los
profesores trabajaríamos para educar en el bien común y fomentarlo. Lo cual
cobra mayor relevancia en el caso de las instituciones que reciben dinero
estatal, es decir, en aquellas en las cuales finalmente todos y todas las
chilenas pagan nuestro salario (por mucho que el autofinanciamiento neoliberal
haya relativizado este punto). No creo posible que lo hicieran si nos saben
difusores del vicio.[21]
Cuando las cuestiones morales se ven con claridad y cuando se sabe que
el mal es sólo una de las tantas opciones de la acción humana
y no la única, ¿quién podría fomentarlo porque lo supone benéfico?, ¿quién
podría preferir el mal al bien?, ¿qué tipo de persona podría sentirse orgullosa
de actuar según el vicio y que la sociedad sea organizada en base a él?
Para terminar recurrimos a Fiodor Dostoyevski y a su caracterización
crítica del pragmatismo. El autor describe —¿el abierto cinismo o la
desenfadada sinceridad?— de quienes viven sin “ideales” ni “virtudes”, de los
que consideran a los demás sólo cuando les “reporta alguna utilidad” e incluso
llegan a decir que en la “base de todas esas virtudes humanas hay un profundo
egoísmo”:
“¿Y qué cosa más virtuosa que el egoísmo? El amor a sí mismo: he ahí la
única norma que yo reconozco. La vida es una transacción comercial; de balde no
da usted dinero, pero paga por el placer y cumple con todos sus deberes para
con el prójimo...; ahí tiene usted toda mi moral (...) aunque le confieso a
usted que, a juicio mío, es mejor no pagarle al prójimo, sino saber obligarle a
hacer las cosas de balde. En cuanto a ideales, ni los tengo ni los quiero
tener; nunca sentí afición por ellos. En el mundo se puede vivir muy bien y muy
a gusto sin ideales” (Dostoyevski 1961: 433).
Y esa crítica de Dostoyevski se ubica en la misma línea económica y
moral que por siglos fue la tradicional en Occidente. Es decir, en la de
Aristóteles, Tomás de Aquino y Adam Smith.
Este artículo es la versión completa y original del publicado bajo el
título “La Economía Moderna: ‘Ciencia
del vicio virtuoso’ ”, en Revista digital Alta Dirección, Junio 2011,
Departamento de Administración de Empresas, Facultad de Administración y
Economía. Universidad de Santiago. Santiago (http://www.administracionusach.cl/altadireccion).
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[1] Nunca
está de más recordar que el rechazo a la matematización de la
disciplina puede encontrarse hasta en tres destacados economistas: Paul
Samuelson, Alfred Marshall y John Maynard Keynes, este último además un muy
buen matemático (Streeten 2007). Incluso desde la Física, la madre de
la ciencia occidental, Max Planck señalaba que la matemática es una
“representación” de la realidad” que “sólo coordina y articula una verdad con
otra”; es evidente que las mediciones son un medio, pues “no contienen
información explícita y tienen que ser interpretadas”.
[2] Una
aceptación acrítica y no pocas veces, o por eso mismo, fanática del
sistema de egoísmo se puede además encontrar en los cultores de algunas de las
técnicas y saberes satélites de la Economía Moderna (marketing,
publicidad, coaching, planificación estratégica, management,
etc.); como asimismo en un amplio grupo relacionado a lo productivo-comercial
(pequeños y medianos empresarios, mandos altos y medios de compañías, brokers,
vendedores, consultores, tecnócratas, etc.). En Chile ese rabioso y ciego
convencimiento se puede ubicar entre losarribistas, a quienes antaño la
clase alta denominó con desprecio “siúticos”, y que en la actualidad se les
llama clase media “emergente” o “aspiracional”.
[3] Esto
se ha suavizado formalmente un tanto con la concepción de que
toda persona elige en torno a los valores que asigna a diferentes cosas,
situaciones, personas, etc. Mas, las múltiples variables que pueden
introducirse en la “función de utilidad”, no alteran el fundamento del cálculo
individualista.
[4] A
fines del siglo pasado surgió en los ámbitos académicos de la disciplina,
principalmente en Europa Occidental y Estados Unidos, un movimiento crítico de
la ortodoxia o de la Economía autista. Pero, es muy pronto para
sacar conclusiones del empeño de lo que se ha llegado a llamar Economía
post-autista.
[5] En
ciencias naturales hace tiempo que se asume que ninguna disciplina particular
puede conocer todo por sí misma o estar cerrada a más conocimiento porque ya lo
habría deducido todo; de ahí la necesidad evidente de cruzar disciplinas
y el consiguiente surgimiento de la Físico-química o la Bioquímica por ejemplo.
Aquí, al asumir ese necesario cruce, se habla de lo sociocultural y
se sostiene el punto de vista más completo y complejo de la Socioeconomía.
[6] Estamos
lejos de siquiera insinuar que describir/medir son cuestiones inútiles. El
punto es que las meras descripciones son simples inventarios y la
cuantificación debe aplicarse únicamente a lo mensurable. Además, en el caso de
investigaciones de fondo, no es apropiado elevar dichas técnicas de
investigación desde su rol de apoyo a un papel central o transformarlas de
medios a objetivos.
[7] Para
este tópico se puede revisar el conocido y pionero trabajo de Max Weber acerca
de las interrelaciones de lo socioeconómico y lo religioso, y asimismo la
excelente obra de R. H. Tawney. Respecto al campo científico ver a Robert
Merton, en lo político a Michael Walzer, en lo económico a Monares (2008).
Además, se puede encontrar una exposición general de las influencias reformadas
en la Ilustración, y por ende en la Modernidad, en Monares (2012).
[8] Nos
remitimos aquí al siglo XVIII, pero ya en el XVII la obra fundamental y
fundacional de Isaac Newton, y también la de John Locke, había establecido los
fundamentos con que trabajarían los filósofos iluministas posteriores (Monares
2012).
[9] En
cuanto a su religiosidad considérese que para la quinta edición de La
Teoría de los Sentimientos Morales, en 1781, Smith envió a su editor
una lista de erratas que calificó de “pecados contra el Espíritu Santo, que no
pueden, bajo ninguna circunstancia, ser perdonados” (Ramírez 2011). En
cualquier caso, en todo ese texto se deja ver su sincera devoción y en tanto principio
fundamental de su filosofía.
[10] La
misma idea acerca de la conveniencia del egoísmo guiado por Dios y la
inconveniencia de la “benevolencia” se tiene en el reverendo Robert Malthus: “Él [Dios]
ha ordenado a cada hombre que persiga como su fin principal su propia
seguridad y felicidad y la seguridad y felicidad de aquellos que están
inmediatamente relacionados con él (...) Por esta sabia medida los más
ignorantes son llevados a promover la felicidad general, un fin en
el que fracasarían totalmente al tratar de realizarlo, si
el principio motor de la conducta fuera la benevolencia” (Malthus, citado
en Zweig 1954: 143. Las cursivas son nuestras). Si aun quedaran dudas acerca de
la religiosidad de Smith, tómese en cuenta su exacta coincidencia con lo
expuesto por un clérigo o lo religiosamente ortodoxas que eran sus ideas para
que fueran sostenidas por un pastor.
[11] Esa
fidelidad a los fundamentos mantendrá las limitaciones explicativas, pues se
materializará en una mera descripción que empotra la
maximización a cualquier contexto o situación.
[12] “Los
economistas y otros estudiosos de las ciencias sociales aspiran, quizá inevitablemente,
a la reputación intelectual de los químicos, físicos, biólogos y microbiólogos.
Esto exige que la economía presente sus proposiciones definitivamente
válidas, como si se tratase de las estructuras de neutrones, protones,
átomos y moléculas, que, una vez descubiertas, rigen para siempre.
También se opina que la motivación humana es inmutable en una economía
de mercado competitivo. Estas verdades fijas y permanentes permiten
a los economistas concebir su disciplina como ciencia” (Galbraith
1998: 311. Las cursivas son nuestras).
Ver:
http://nobelprize.org/nobel_prizes/economics/laureates/2002/kahneman-autobio.html.
[14] La
obvia afirmación acerca de la existencia de diversas racionalidades económicas
—también ya mostrada y asumida hace muchos años por otras disciplinas
socioculturales— corresponde a Douglass North, Nóbel de Economía 1993.
[15] El
pensamiento clásico está vigente en los manuales para la enseñanza de la
disciplina. Ver por ejemplo Principios de Economía de N.
Gregory Mankiw, texto hoy de moda en las universidades
chilenas: “los hogares y las empresas interactúan en los mercados como si
fueran guiadas por una mano invisible que los condujera a obtener unos
resultados de mercado deseables”. El legalismo también se
refleja en libros de difusión como Spousonomics que,
sustentado en entrevistas a especialistas y nóbeles de Economía, “aplica las
teorías económicas en el matrimonio” (“6 leyes de la economía para un
matrimonio exitoso”, Suplemento Tendencias, La Tercera,
12.02.11).
[16] La
última imputación deja al descubierto la autopercepción
gremial ortodoxa de ser una especie de secta exclusiva y excluyente, donde sólo
se acepta a quienes están comprobadamente iniciados (certificados) en los altos
saberes esotéricos... cuya importancia y dificultad obligarían a
salvaguardarlos del ignorante vulgo exotérico.
[17] En
1992 un grupo de economistas profesionales, entre los que se
contaba a cuatro premios Nóbel de la especialidad —Franco Modigliani, Paul
Samuelson, Herbert Simon y Jan Tibergen—, elaboraron un manifiesto que
demandaba un análisis económico pluralista y riguroso:
“Estamos preocupados por la amenaza que el monopolio intelectual representa
para la ciencia económica. Hoy en día, los economistas están sometidos a un
monopolio en el método y los paradigmas, a menudo, defendidos sin un argumento
mejor que el de constituir la ‘corriente principal’. Los economistas abogan por
la libre competencia, pero no la practican en el campo de las ideas” (Citado en
Monares 2008: 13).
[18] Y
no debe olvidarse que se hace referencia a una teoría que, al formalizarse en
extremo, se ha separado de la realidad. El propio Alfred Marshall, un
economista con una visión mucho más amplia que la ortodoxa actual, sentía “poco
respeto por la teoría pura”: “Me parece que gran parte de la ‘teoría pura’ es
una fruslería elegante”. Si bien el autor sostenía la importancia de lo
teórico, decía no imaginar “una noción más perjudicial que la de que la
economía abstracta, general o ‘teórica’ es ‘apropiada’ ” (Hodgson 2002).
[19] El
neoliberal Friedrich Hayek reitera la postura de Smith, pero sin nombrar a la
Deidad. No obstante, en una diferencia que el filósofo moral escocés tendría
por mayúscula e inaceptable, sostiene que el mercado sería amoral:
no se puede decir que sea bueno o malo, sencillamente en el sistema se logran
resultados (Monares 2008).
[20] En
todo caso, en el ambiente de los economistas científicos o profesionales esas
miradas más amplias son justamente las rechazadas. Por ejemplo, según Theodore
W. Schultz, ex decano del Departamento de Economía de Chicago, tomar en cuenta
en Economía los “factores no económicos” es “traicionar el análisis económico,
recurriendo a ‘teorías’ basadas en consideraciones culturales, sociales y
políticas”. Después de todo, como dice el economista Paul Streeten, para los
ortodoxos “la economía siempre es economía, ya sea en Londres, en Nueva Delhi,
en Tokio, o en la Luna”... Un economista científico o profesional, ha de
cuidarse de que sus colegas no lo rebajen a la categoría de
“sociólogo” (Monares 2008).
[21] Acerca
de la enseñanza del vicio del egoísmo en la Economía Moderna, Joseph Stiglitz,
Nóbel de Economía 2001, remarca que los estudios experimentales han demostrado
que aquella propensión no predomina en las personas, “excepto en el caso de un
grupo: los economistas mismos” (http://www.project-syndicate.org/commentary/stiglitz23/Spanish).
R. H. Frank y colaboradores “encontraron que los estudiantes de economía son
más egoístas que los demás, y que no se trata de que las personas egoístas sean
atraídas al estudio de la economía, sino que el estudio de la economía las hace
más egoístas” (Streeten 2007).
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