Vicenç
Navarro /16/05/2012
Durante más de cuatro años se
han estado promoviendo a lo largo de la Unión Europea unas políticas de
austeridad que han estado dañando el bienestar de las clases populares. Los dos
componentes más importantes de estas políticas han sido los recortes de gasto
público, incluyendo el gasto público social (tanto en las transferencias –como
las pensiones- como en los servicios públicos del Estado del Bienestar –como
sanidad, educación, servicios sociales, servicios domiciliarios a las personas
con dependencia o escuelas de infancia, entre otros-) y la reducción de los
salarios.
La justificación de tales políticas ha sido recobrar la confianza de
los mercados financieros internacionales y la competitividad de la economía,
recuperando con ello el crecimiento de la economía y la producción de empleo.
Pues bien, en lugar de
alcanzar estos objetivos, se ha conseguido todo lo contrario. En ninguno de los
países donde se han aplicadon tales políticas se ha estimulado la economía. Lo
que sí han conseguido, es crear una enorme recesión, que en algunos países ha
llegado a ser una Gran Depresión. El caso más evidente, aunque no el único, de
la ineficacia de tales políticas, ha sido Grecia. Según el Fondo Monetario
Internacional (uno de los mayores proponentes de tales políticas de
austeridad), aplicando estas políticas durante los últimos cuatro años, la
economía de Grecia ha ido empeorando año tras año, con el consiguiente descenso
del nivel de vida de las clases populares. Los salarios son casi un 16% más
bajos de los existentes al principio de la crisis, con un crecimiento muy
acentuado del desempleo durante este periodo, habiendo alcanzado ya un 20% de
la población activa. La deuda pública, cuya reducción era un elemento deseado
en tales políticas, se ha disparado llegando a un 135% del PIB, la cifra más
elevada en la historia reciente de aquel país.
Sólo los dogmáticos
fundamentalistas de la fe neoliberal, totalmente impermeables a la evidencia
científica, y cuyo número es muy elevado en los foros económicos y financieros
españoles y sus fundaciones, como Fedea (financiada por grandes grupos
bancarios y empresariales) y las revistas económicas, continúan acentuando la
necesidad de seguir con tales políticas, fundamentalismo que ha contaminado a
sectores de las izquierdas gobernantes europeas, cuya única diferencia es que
indican que tales políticas, aunque necesarias, son insuficientes, exigiendo
ahora políticas de estímulo del crecimiento económico además de las políticas
de austeridad. Como he indicado en otro artículo (ver mi artículo “Las
propuestas de François Hollande son insuficientes para salir de la crisis”,
Público digital, 10.05.12), tales medidas de estímulo de crecimiento serán
insuficientes, pues la causa de la enorme recesión es la escasa demanda creada
por los dos componentes de las políticas de austeridad citadas anteriormente,
es decir, los recortes de gasto público y la reducción de salarios.
La situación en Grecia. Los
maliciosamente llamados “extremistas” llevan razón.
La población griega es
plenamente consciente de que las políticas de austeridad están en el centro de
sus problemas. La gran mayoría del electorado las rechazó en las últimas
elecciones al Parlamento griego. Los grandes perdedores de tales elecciones
fueron el Partido Conservador y el Partido Socialdemócrata, PASOC, sostenedores
y promotores de tales políticas de austeridad. Sumando sus votos consiguieron
sólo un tercio de los votos emitidos. Los otros dos tercios fueron a partidos
que tenían en el centro de sus propuestas electorales el rechazo a tales
políticas. A tales partidos se les define como “extremistas” por parte de los
medios de mayor difusión españoles, mientras que definen a los partidos que han
llevado a la ruina a Grecia, causando un enorme dolor a las clases populares
como “razonables”, “maduros políticamente”, ”llenos de sentido común” y otros
calificativos aprobatorios de tales partidos. Esta clasificación de los
partidos griegos por parte de tales medios muestra una vez más que su objetivo
no es informar, sino persuadir a la población.
Frente a esta realidad hay,
como bien señala Dean Barker (una de las mentes económicas más clarividentes de
EEUU), dos alternativas para Grecia. Una es su salida del euro. Tal salida
crearía problemas graves pero solucionables en un periodo de tiempo
relativamente corto. El caso más claro de ello es la salida de Argentina de la
paridad de su moneda, el peso, con el dólar estadounidense, desoyendo las
instrucciones del FMI. Su economía bajó durante el primer año, pero, al
recuperar el control de su propia moneda, pudo rápidamente recuperarse, siendo
a partir del segundo año el país de América Latina que creció más rápidamente.
Un tanto parecido ocurriría en
Grecia. La elección que se presenta a un futuro gobierno griego es o continuar
la situación actual por más de diez años, que condena a Grecia a una situación
que debería considerarse intolerable, o llevar al país a una transición muy
dura económicament por uno o dos años para recuperarse más rápidamente después
de ello. Esta alternativa, aunque podría ser la mejor para Grecia, es probable
que no ocurra, pues es la menos deseada por la banca alemana, ya que tal salida
crearía una situación difícil para el sistema financiero europeo dominado por
tal banca. Las expresiones de que el gobierno alemán o el Banco Central Europeo
(BCE) desean “expulsar” a Grecia del euro parecen desconocer la dependencia de
la banca alemana de los fondos prestados a Grecia y a otros países PIGS. La
salida de Grecia del euro afectaría negativamente el sistema financiero
europeo, centrado en la banca alemana.
La otra alternativa es que
cambiaran las políticas de austeridad en la Unión Europea y en la Eurozona,
permitiendo la recuperación de la economía griega. La elección de François
Hollande ha creado esta esperanza. He señalado que las políticas de François
Hollande, aunque insuficientes, podrían abrir las puertas a otras medidas más
relevantes para la solución de la crisis griega, incluyendo la anulación de las
políticas de austeridad. Ahora bien, se está dando excesiva importancia a la
elección de una persona o de un líder como motivador de cambio. En esta visión
de como se realizan los cambios históricos (que erróneamente se interpreta como
protagonizada por grandes hombres, y sólo de vez en cuando por algunas grandes
mujeres) se considera que la elección de Hollande puede significar el cambio
necesario. La historia, sin embargo, no la escriben grandes figuras, sino
millones y millones de personas anónimas que con sus movilizaciones fuerzan los
cambios. El mismo François Hollande que hace ahora propuestas progresistas,
como gravar al 75% las rentas de los millonarios, se había opuesto a ella sólo
un año antes, criticando tal medida como “confiscatoria” (tal como la definía
también Sarkozy). El hecho de que cambiara se debió a la enorme movilización y
agitación de los movimientos sociales, incluyendo, entre otros, los sindicatos,
hacia el establishment francés y las instituciones europeas a las que éste
servía. De ahí la necesidad de que para que haya cambios en las políticas
europeas se realicen movilizaciones que fuercen el rechazo a tales políticas de
austeridad que están en la raíz del problema. Sin que estas políticas cambien,
no habrá salida de la recesión. La experiencia histórica así lo demuestra.
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