Yuriko Koike /13/08/2012 / Tokio
¿Ha acabado finalmente
la parálisis política en Japón? Así lo sugiere el reciente acuerdo, tras un
largo debate, entre el gobierno y los principales partidos de la oposición para
duplicar el impuesto sobre el consumo, del 5% al 8% en 2014 y luego al 10% en
2015. Pero existe el riesgo real de que el gobierno confunda esta medida con el
final del proceso de reformas. De hecho, es (o debería ser) apenas el comienzo.
Prácticamente desde cualquier
perspectiva, la deuda oficial japonesa es la más alta del mundo. El volumen
total en circulación de bonos del gobierno japonés (BGJ) llega a la casi
insondable suma de US$ 9 billones, apenas por debajo de los US$ 10,5 billones
de deuda pendiente de pago del total de los 17 país de la eurozona, que casi
triplica al Japón en población.
Tan sombría se ha vuelto la
situación fiscal japonesa que desde 2009 la emisión de bonos supera los
ingresos fiscales. Los impuestos cubren menos de la mitad de los gastos del
gobierno. Y el terremoto, el tsunami y el desastre nuclear del año pasado no
hicieron más que empeorar el triste panorama fiscal, al hacer necesarios
enormes gastos de reconstrucción. Japón emitió un récord de 55,8 billones de
yenes (US$ 693,5 mil millones), o el 12% del PIB nominal, en bonos del gobierno
durante el último año fiscal.
Por supuesto, los problemas
fiscales de Japón no han hecho más agravarse en las décadas pasadas. Los
ingresos tributarios por año se han reducido en un 30% desde que estallara la
burbuja inmobiliaria en 1989, debido al lento crecimiento y a la deflación; los
recortes que se aplicaron como medidas de estímulo durante la recesión los 90
apenas jugaron un papel secundario.
La única razón por la que el
Japón ha sido capaz de mantener su posición fiscal es que el 93% de su deuda es
interna (el Banco del Japón compra cerca de un tercio de los BGJ emitidos cada
año). De hecho, en contraste con la fuga de capitales extranjeros que tanto
daño ha causado a Europa, en la actualidad abundan los compradores extranjeros
de BGJ, empujando las tasas de interés a sus niveles más bajos de la historia.
Por otra parte, el sector
privado del Japón -sus hogares y empresas- está sentado sobre una montaña de
ahorros, que se usan principalmente para la compra de BGJ. Debido a que el
gobierno todavía puede tomar prestado, sobre todo de los propios japoneses, su
balance se mantiene estable. Sin embargo, dado el envejecimiento de su
población, ¿por cuánto tiempo puede seguir haciéndolo?
La mayoría de los principales
economistas japoneses creen que la situación no se puede sostener, ya que un
gran número de hogares formados por jubilados está utilizando cada vez más sus
ahorros. La proporción de mayores de 65 años casi se ha duplicado en las
últimas dos décadas, hasta el 23%, frente al 13% de Estados Unidos y el 16% de
Europa. Si esta tendencia continúa, como parece probable, el mercado cautivo
que los BGJ han tenido durante décadas comenzará a disminuir peligrosamente. Y,
en ese momento, es improbable que los compradores extranjeros tomen el relevo.
Para llegar al acuerdo de
aumentar el impuesto al consumo, el opositor Partido Democrático Liberal
insistió en que se comenzara a abordar la principal limitación del déficit
presupuestario: la cantidad que se destina a los beneficios de seguridad social
para los jubilados. Pero en realidad el acuerdo no hace nada para solucionar
ese problema.
El elevado número de personas
de edad avanzada y jubilados hace que hoy el gasto en salud y seguridad social
consuma el 29,2% del presupuesto, lo que representa un aumento de un tercio con
respecto a 2000. Para satisfacer estas demandas, el gobierno ha tenido que
reducir el gasto en educación e investigación, las dos áreas sobre las que se
basó el ascenso económico del país después de la guerra. Y hoy suena menos
cierto el viejo chiste de que el Japón no puede resistirse a construir puentes
hacia ninguna parte si el gobierno los paga. El gasto destinado a obras
públicas y proyectos innecesarios cayó este año al 5,1% del presupuesto, desde
el 13% en el 2000.
Por supuesto, también se hace
necesario hacer frente al sistema fiscal. Del mismo modo como el déficit
japonés es sin duda monumental, es evidente que los asalariados japoneses
tributan muy por debajo de lo que deberían. Incluso después de la propuesta de
duplicar el impuesto al consumo, la tasa seguirá siendo la mitad del 20% (o
más) de la aplicada en casi todos los países de Europa. El ingreso fiscal
general representa más o menos un 27% del PIB, lo que deja a Japón en el puesto
28 entre los 35 países de la OCDE.
El gobierno no debe
sobreestimar la cantidad de ingresos que puede recaudar con el aumento del
impuesto al consumo, y cuánto puede reducir la brecha del déficit
presupuestario. Por otra parte, hasta ahora no ha mostrado la menor
preocupación de que esto pueda tener un efecto negativo sobre el consumo y
afectar el crecimiento económico.
Hiromichi Shirakawa,
economista jefe de Credit Suisse AG en Tokio, sugiere que pronto comenzará a
evaporarse el aumento de los ingresos procedentes de la subida de los impuestos
y que desaparecerá por completo en 5-7 años. Si tiene razón, el aumento acabará
por equivaler a un dedo en el dique a punto de estallar de los problemas
presupuestarios japoneses.
A pesar de sus dos décadas de
problemas económicos, Japón sigue siendo la tercera mayor economía mundial, y
crecerá alrededor de un 2% este año, y un 1,5% en 2013. Dado el estancamiento
económico en que se encuentra el mundo, no parecen cifras tan negativas. Pero,
para poder hacer frente alguna vez de manera eficaz a su dilema fiscal, tendrá
que crecer más rápido que eso.
Para este tipo de crecimiento
se requiere una estrategia creíble de reducción del déficit, lo que significa
un plan que reconozca la realidad de la creciente proporción de jubilados. Las
autoridades japonesas también tendrán que poner en marcha fuertes reformas
liberalizadoras para abrir las muchas áreas de la economía que se encuentran
protegidas de la competencia. Deben apuntar a una mayor participación de
las mujeres en el mercado laboral; inducir a las multinacionales a invertir más
en el país, y aumentar la competencia en los sectores mimados de la economía.
Si un país cuenta con las
herramientas políticas para llevar a cabo un programa de reforma integral, ese
es Japón. La unidad de los japoneses para responder a los desastres del año
pasado demostró una vez más que, cuando se lo necesita, el espíritu nacional
puede obrar milagros. Y no se debe pensar que la "gran generación",
los hombres y mujeres que reconstruyeron un país devastado por la guerra y lo
convirtieron en una potencia económica, no estaría dispuesta a sacrificarse por
el bien mayor. Después de todo, salvaron a su país una vez; son más que capaces
de volver a hacerlo.
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