martes, 7 de agosto de 2012

Un economista en tiempos modernos (*)

John Cajas Guijarro / Quito, 26 de julio del 2012.

Nos miramos las manos y vemos que no tenemos nada. ¿Quiénes somos?  Quizá solo efímeros puntos en medio del devenir del tiempo. Existencias perennes perdidas en las masas fusiformes que llamamos sociedades. Creemos tener el control cuando en verdad todo es caos, juegos de intereses, abusos, traiciones, mentiras y muerte. Y los intereses del poder, los cuales se esconden en las masas, se tragan a los individuos en nombre de los mismos individuos, los aniquilan y los vuelven parte de la macabra caricatura que se esconde detrás de los tiempos modernos. Todo es una lucha de un poder contra otro y otro hasta el final de estos tiempos modernos.


El valor, que no es más que poder 2, se desespera por sumirnos en un orden que en verdad es un caos, la modernidad. Quizá sea la voluntad de poder, que sabe que si se detiene terminará muriendo, la que se encuentre detrás de todo esto3, pero ¿quién podría desear la muerte de la modernidad? A la final casi todos se acomodan a la maldita caricatura, se acostumbran a mentir, a la hipocresía digna de las sociedades modernas, al uso de máscaras que maquillan una  realidad lamentable que la humanidad en algún momento se propondrá superar4.

Y entre todos los individuos que actúan en esta comedia, ¿quiénes son los que más contribuyen a arreglar el escenario?, para mí esos son los “economistas de los tiempos modernos”5. Los economistas modernos han devenido en instrumentos destinados a la justificación de las atrocidades del sistema, en tanto se han vuelto indiferentes a esas atrocidades  y   se   han  puesto  a  imaginar  mundos  de  “equilibrios  de  fuerzas”  y “productividades marginales”  que  justifican la forma cómo las supuestas sociedades, que en realidad no son sino masas fusiformes que esconden los intereses de grupos muy puntuales,  se  distribuyen  lo  que  producen6.  Lo  temible  es  que  estos  economistas modernos quizá ni siquiera se han puesto a imaginar que se han vuelto un instrumento más (un instrumento destinado especialmente para la justificación teórico-práctica) de la lógica del capital.

En este sentido, quizá se cumple (irónicamente desde luego) aquella frase que incluiría Friedman en su Libertad de elegir: “los mayores peligros para la libertad se esconden en la insidiosa usurpación que llevan a cabo hombres bienintencionados, pero celosos en exceso, y de escasas luces” (Louis Brandeis, citado en Friedman, 1979, p.14). Los tiempos modernos han creado una definición del economista  bastante similar a la del físico que no interfiere en el fenómeno que explica, sino que solamente se  limita a explicarlos (y eso que en la física se admite la posibilidad de que al momento mismo de realizar  una observación de un fenómeno, se altera al fenómeno).  Los economistas modernos  han   contribuido  a  caricaturizar  al  ser  humano,  volverlo  un  factor  de producción que, en igualdad de derechos que el capital, se reparte lo que produce.

Si no parecen reales estas palabras, pregunto ¿Cuando un economista moderno trabaja para una empresa, no lo hace con el propósito de contribuir a buscar una mejora en los rendimientos  de  la   empresa?  ¿Quién  es  la  empresa?  ¿Quién  se  queda  con  los rendimientos? Evidentemente que la gran mayoría de los economistas modernos no son ni perversos ni malintencionados, pero su formación  (al igual que la formación de la mayoría de la población) en la actualidad, quiera o no aceptárselo  está establecida mayoritariamente de forma que pueda encajar en el engranaje del sistema y contribuir a las necesidades del capital y si su formación lo vuelve un individuo crítico, es el mismo sistema el que busca las formas de emblandecerlo y caricaturizarlo.

“La burguesía siempre desconfío, con razón, de sus intelectuales. Pero ella desconfía como  de  seres  extraños  que,  de  hecho,  nacieron  de  su  seno.  La  mayoría  de  los intelectuales, en efecto, nació de  burgueses, que les inculcaron la cultura burguesa. Aparecen como guardianes y transmisores de esta cultura. De hecho, un cierto número de técnicos del saber práctico se hicieron, tarde o temprano, su perro guardián. Otros, los elegidos, permanecen elitistas hasta cuando profesan ideas revolucionarias. A esos los dejamos discutir; ellos hablan el lenguaje burgués. Y lentamente los cambiamos y, cuando  llega el momento, bastará un sillón en la Academia Francesa o un Premio Nobel o alguna otra prebenda para recuperarlos. Sin embargo, hay intelectuales –y yo soy uno de ellos- que, desde el 68, no quieren dialogar con la burguesía. 

En realidad la cosa no es tan simple: todo intelectual tiene lo que se llama ‘intereses ideológicos’, por lo que se entiende ‘el conjunto de sus obras’, si él escribe, hasta la actualidad. Aunque siempre haya cuestionado a la burguesía, mis obras se dirigen a ella. En su lenguaje, y por lo menos en los  más antiguos, encontraríamos elementos elitistas. Desde hace diecisiete años, tengo predilección por una obra sobre Flaubert, que  no  les  interesaría  a  los  obreros.  […]  Por  esta  soy  todavía  burgués  […]  Sin embargo hay otro costado de mí que niega mis ‘intereses ideológicos’; me discuto a mi mismo como intelectual clásico y comprendo que, si no he sido recuperado, poco faltó para que ocurriera7. Y  en la medida en que cuestiono, o me niego a ser un escritor elitista que se toma en serio, ocurre que me encuentro en medio de los hombres que luchan contra la dictadura burguesa. Tenemos los mismos  nuevos intereses” (Sartre, 1976).

Entonces,  hay  intelectuales  que  a  pesar  de  la  hegemonía  del  pensamiento  y  deparadigmas,  se  niegan  a  dialogar  con  la  burguesía,  estos  devienen  en  elementos revolucionarios que necesitan ser “recuperados”. En este sentido, los economistas que comprenden la lógica y las necesidades de la  burguesía (y sus intereses que son el trasfondo de la teoría económica moderna), si bien no pueden alejarse del sistema por completo pues estos economistas saben que el trabajo útil es condición necesaria para la existencia humana (Marx, 1867, p.53), se vuelven críticos contra el sistema y dejan de aceptar como verdad absoluta lo que la educación y la cultura modernas les transmite.

Si bien este tipo de economistas, alejados de los economistas modernos, podrían ser imaginados como anticuados e incluso como “no científicos”, la verdad, que muchos de los economistas modernos desconocen es que, desde el propio ambiente académico la teoría económica moderna ortodoxa es  bastante criticada, e incluso hay razones para creer que es insostenible8, y esas razones han sido expuestas por personas cercanas al pensamiento   de  los   clásicos   y   Marx9.  Sin   embargo,   el   objetivo   de   justificar ideológicamente al capitalismo sirve como base para mantener una forma de enseñanza alejada  de  la  crítica  y  convertida  en  una  especie  de  “fe”  a  lo  que  el  mainstream proponga,  en donde es más  importante la “rigurosidad  científica” que proviene de instrumentos como la matemática que la  comprensión crítica de la lógica interna del capitalismo de forma racional y alejada de los textos ortodoxos (la cual no necesita de matemática alguna para comprender los elementos esenciales del capitalismo, aunque si bien junto con la matemática puede volverse un instrumento bastante útil10)

Por esto, un economista “a la antigua” deberá ser ante todo un cientista social que, sin dejar de lado jamás la búsqueda del conocimiento y de la continua mejora de la teoría que estudia, no puede  permanecer indiferente a la realidad que le rodea, no puede permanecer indiferente a las atrocidades que se dan en el capitalismo y si por último no le queda más opción que volverse parte de la fuerza  de trabajo asalariada, deberá pertenecer a esta sin dejar jamás de creer que no hay mejor óptimo  posible que la revolución11.

En pocas palabras, un buen economista en tiempos modernos deberá siempre tener en mente que  aunque los economistas actuales se han limitado a interpretar de diversas formas el mundo, de lo que en realidad se trata la economía es de transformarlo (ver Marx, 1845, XI tesis).
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Notas: 

(*) 1. Agradezco a Nelson Dávila Acosta,  profesor de  la Universidad de  Guayaquil, por sugerirme escribir sobre este tema. Con todo el tema  sigue abierto para  un análisis mucho más profundo.

Tal definición implica que  el capital sea en  última instancia “un poder social monopolizable” (Marx, 1848, p.39).

3  Es interesante  asociar   el  concepto   de  “voluntad  de  poder”  y  la  lógica  del  capital  y  su necesidad de  acumulación. De hecho,  si el capital es un poder  social monopolizable, la única forma en que puede existir es por medio de la acumulación, del aumento del valor, del aumento del  poder  social  que  tiene  asociado, esta   lógica  hace  recordar bastante a  la  lógica  de  la voluntad de poder de Nietzsche (ver Nietzsche, 1885, p.127-130)

4 Y de hecho  ya ha llegado a proponerse varias veces su superación, pero  sin embargo desde la caída  del muro de Berlín y la finalización del terrible peso que para  la humanidad significó el socialismo real se ha  visto  un silencio que  recién  se está  resquebrajando con  las protestas mundiales contra  la crisis actual del capitalismo, como  ejemplo se tiene el movimiento de  “los indignados” o el más reciente “ocupemos Wall Street”.

Si bien estos son los que están más cercanos a la tarea  de justificar la lógica del capitalismo, en  realidad esta  crítica se extiende a todos los “técnicos del saber” y demás que  devienen en “perros guardianes” del sistema (ver el extracto de Sartre más abajo) aún sin saberlo.

Cabe recordar que las productividades marginales (y por ende  la función de producción)  son la pieza clave  para  explicar la distribución de  la riqueza desde la teoría  neoclásica “pura” que se enseña actualmente  en  los  textos de  microeconomía  (ver  p.ej.  Nicholson,  1997,  pp.469-
470).

Recordar que Sartre rechazó el premio Nobel de literatura en 1964.

8  Sin entrar   en  detalles que  no  corresponden a  este texto,  puede mencionarse las críticas provenientes  de   la  corriente  Postkeynesiana  (en   particular  aquellas  realizadas  por  Joan Robinson y Piero Sraffa) como  las fundamentales demostraciones modernas de  que  la teoría ortodoxa   en  realidad  se fundamenta  en  conceptos inconsistentes  como  lo  es la  definición neoclásica de “capital”. Tan fuertes son estas críticas, que el mismo Samuelson, con respecto a la  crítica  de  la  posibilidad  de  retorno   a  técnicas  de  producción   previamente  abandonadas dependiendo  del  valor  de  la  tasa  de  ganancia (ver  Sraffa,  1960, pp.97-04)  afirmaría  que  “ el fenómeno de la reversión a una tasa de interés muy  baja a un conjunto de técnicas que habían parecido viables sólo a una tasa  de  interés muy  alta implica más que  tecnicismos esotéricos. Indica que  no puede ser universalmente válido el cuento  sencillo de  Jevons, Böhm  Bawerk, Wicksell y otros autores neoclásicos, según el cual a medida que baja la tasa  de interés como consecuencia de la abstención del consumo presente a favor del consumo futuro, la tecnología debe   volverse  en   algún  sentido  más  “indirecta”,  más  “mecanizada”  y  más  “productiva”” (Samuelson, 1966, p.568). Penosamente este tipo de críticas casi no son difundidas en muchos medios universitarios.

Ver por ejemplo Sraffa (1960, pp.111-113).

10  Ejemplo de  esto es la posibilidad de  extender matemáticamente algunos aspectos de  la economía política de Marx como los esquemas de reproducción simple y ampliada (Marx, 1885, pp.429-637)  y la  transformación  de  valores  a  precios (Marx,  1894,  pp.179-266),  de  lo  cual puede verse un comienzo en los planteamientos de Sraffa (p.ej. Sraffa, 1960, pp.20-29).

11 Que  a criterio personal no tiene por qué ser en este momento una revolución armada, pues al menos en los momentos actuales con una hegemonía política y militar de la burguesía quizá invencible (en especial a nivel mundial), la revolución puede empezar con un cambio individual y  la  búsqueda del  hombre   nuevo   en  nuestro propio  accionar  diario  junto  con  la  continua destrucción  de   los  paradigmas  y  justificativos  teóricos  provenientes  de   la  ortodoxia   del pensamiento económico que sirven  de instrumento ideológico al capitalismo. Esas creo son las bases para  la posterior “gran revolución” que podría venirse después.


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Referencias:

FRIEDMAN, Milton y Rose (1979): Libertad de elegir. Hacia un nuevo liberalismo económico, ediciones Grijalbo S.A., Barcelona, 1980.
MARX,  Karl  (1845):  Tesis  sobre  Feuerbach,  versión  en  línea,  Marxists.org,  ver:
MARX,  Karl  y  ENGELS  Federico  (1848):  Manifiesto  del  Partido  Comunista, Disponible en: http://www.abogadonotariopr.com/images/SP/el_manifiesto.pdf
MARX, Karl (1867): El Capital, Tomo I: el proceso de producción del capital, Siglo
XXI         Editores               S.A.,      México,               1975-1981.          Versión                en          línea      disponible          en:
MARX, Karl (1885): El capital, Tomo II: El proceso de circulación del capital, Siglo
XXI         Editores               S.A.,      México,               1975-1981.          Versión                digital    disponible          en:
MARX,  Karl  (1894):  El  Capital,  Tomo  III:  el  proceso  global  de  la  producción capitalista,  Siglo XXI Editores S.A., México, 1975-1981. Versión en línea disponible
NICOLSON, Walter (1997): Teoría Microeconómica. Principios básicos y aplicaciones, Mc Graw-Hill, Sexta edición, 1997.
NIETZSCHE, Friedrich (1885): Así habló Zaratustra, EDIMAT libros S.A., colección clásicos de la literatura, Madrid, 2009.
SAMUELSON, Paul (1966): “A summing up”, The Quarterly Journal of Economics, Vol.80, No.4 (Nov. 1966), pp.568-583.
SARTRE,               Jean-Paul            (1976):  Situations,          Vol.        X,            Gallimard, París, 1976. Video con extracto original de la conferencia de Sartre disponible en:
SRAFFA, Piero (1960): Producción de mercancías por medio de mercancías, VORA & CO.,           Publishers          Pvt.        Ltd.,                edición hindú,   Bombay,             1963.     Ver: http://files.lanuevaeconomia.webnode.com/200000012- a6d65a7d0d/Production_of_commodities_by_means_of_commodities.pdf

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