John Cajas Guijarro / Quito, 26 de
julio del 2012.
Nos miramos las manos y vemos que no tenemos
nada. ¿Quiénes somos? Quizá solo efímeros puntos en medio del
devenir del tiempo. Existencias perennes perdidas en las masas fusiformes que
llamamos sociedades. Creemos tener el control cuando en verdad todo es caos,
juegos de intereses, abusos, traiciones, mentiras y muerte. Y los intereses del
poder, los cuales se esconden en las masas, se tragan a los individuos en
nombre de los mismos individuos, los aniquilan y los vuelven parte de la
macabra caricatura que se esconde detrás de los tiempos modernos. Todo es una
lucha de un poder contra otro y otro hasta el final de estos tiempos modernos.
El valor, que no es más que poder 2, se
desespera por sumirnos en un orden que en verdad es un caos, la modernidad.
Quizá sea la voluntad de poder, que sabe que si se detiene terminará muriendo,
la que se encuentre detrás de todo esto3, pero ¿quién podría desear la muerte
de la modernidad? A la final casi todos se acomodan a la maldita caricatura, se
acostumbran a mentir, a la hipocresía digna de las sociedades modernas, al uso
de máscaras que maquillan una realidad lamentable que la humanidad
en algún momento se propondrá superar4.
Y entre todos los individuos que actúan en esta
comedia, ¿quiénes son los que más contribuyen a arreglar el escenario?, para mí
esos son los “economistas de los tiempos modernos”5. Los economistas modernos
han devenido en instrumentos destinados a la justificación de las
atrocidades del sistema, en tanto se han vuelto indiferentes a esas
atrocidades y se han puesto a imaginar mundos de “equilibrios de fuerzas” y
“productividades marginales” que justifican la forma cómo
las supuestas sociedades, que en realidad no son sino masas fusiformes que
esconden los intereses de grupos muy
puntuales, se distribuyen lo que producen6. Lo temible es que estos economistas
modernos quizá ni siquiera se han puesto a imaginar que se han vuelto un instrumento
más (un instrumento destinado especialmente para la justificación
teórico-práctica) de la lógica del capital.
En este sentido, quizá se cumple (irónicamente
desde luego) aquella frase que incluiría Friedman en su Libertad de elegir:
“los mayores peligros para la libertad se esconden en la insidiosa usurpación
que llevan a cabo hombres bienintencionados, pero celosos en exceso, y de
escasas luces” (Louis Brandeis, citado en Friedman, 1979, p.14). Los tiempos
modernos han creado una definición del economista bastante similar a
la del físico que no interfiere en el fenómeno que explica, sino que solamente
se limita a explicarlos (y eso que en la física se admite la
posibilidad de que al momento mismo de realizar una observación de
un fenómeno, se altera al fenómeno). Los economistas modernos han contribuido a caricaturizar al ser humano, volverlo un factor de
producción que, en igualdad de derechos que el capital, se reparte lo que
produce.
Si no parecen reales estas palabras, pregunto
¿Cuando un economista moderno trabaja para una empresa, no lo
hace con el propósito de contribuir a buscar una mejora en los rendimientos de la empresa? ¿Quién es la empresa? ¿Quién se queda con los rendimientos?
Evidentemente que la gran mayoría de los economistas modernos no
son ni perversos ni malintencionados, pero su formación (al igual
que la formación de la mayoría de la población) en la actualidad, quiera o no
aceptárselo está establecida mayoritariamente de forma que pueda
encajar en el engranaje del sistema y contribuir a las necesidades del capital
y si su formación lo vuelve un individuo crítico, es el mismo sistema el que
busca las formas de emblandecerlo y caricaturizarlo.
“La burguesía siempre desconfío, con razón, de
sus intelectuales. Pero ella desconfía
como de seres extraños que, de hecho, nacieron de su seno. La mayoría de los
intelectuales, en efecto, nació de burgueses, que les inculcaron la
cultura burguesa. Aparecen como guardianes y transmisores de esta cultura. De
hecho, un cierto número de técnicos del saber práctico se hicieron, tarde o
temprano, su perro guardián. Otros, los elegidos, permanecen elitistas hasta
cuando profesan ideas revolucionarias. A esos los dejamos discutir; ellos hablan
el lenguaje burgués. Y lentamente los cambiamos y, cuando llega el
momento, bastará un sillón en la Academia Francesa o un Premio Nobel o
alguna otra prebenda para recuperarlos. Sin embargo, hay intelectuales –y yo
soy uno de ellos- que, desde el 68, no quieren dialogar con la
burguesía.
En realidad la cosa no es tan simple: todo intelectual tiene lo que se llama ‘intereses ideológicos’, por lo que se entiende ‘el conjunto de sus obras’, si él escribe, hasta la actualidad. Aunque siempre haya cuestionado a la burguesía, mis obras se dirigen a ella. En su lenguaje, y por lo menos en los más antiguos, encontraríamos elementos elitistas. Desde hace diecisiete años, tengo predilección por una obra sobre Flaubert, que no les interesaría a los obreros. […] Por esta soy todavía burgués […] Sin embargo hay otro costado de mí que niega mis ‘intereses ideológicos’; me discuto a mi mismo como intelectual clásico y comprendo que, si no he sido recuperado, poco faltó para que ocurriera7. Y en la medida en que cuestiono, o me niego a ser un escritor elitista que se toma en serio, ocurre que me encuentro en medio de los hombres que luchan contra la dictadura burguesa. Tenemos los mismos nuevos intereses” (Sartre, 1976).
En realidad la cosa no es tan simple: todo intelectual tiene lo que se llama ‘intereses ideológicos’, por lo que se entiende ‘el conjunto de sus obras’, si él escribe, hasta la actualidad. Aunque siempre haya cuestionado a la burguesía, mis obras se dirigen a ella. En su lenguaje, y por lo menos en los más antiguos, encontraríamos elementos elitistas. Desde hace diecisiete años, tengo predilección por una obra sobre Flaubert, que no les interesaría a los obreros. […] Por esta soy todavía burgués […] Sin embargo hay otro costado de mí que niega mis ‘intereses ideológicos’; me discuto a mi mismo como intelectual clásico y comprendo que, si no he sido recuperado, poco faltó para que ocurriera7. Y en la medida en que cuestiono, o me niego a ser un escritor elitista que se toma en serio, ocurre que me encuentro en medio de los hombres que luchan contra la dictadura burguesa. Tenemos los mismos nuevos intereses” (Sartre, 1976).
Entonces, hay intelectuales que a pesar de la hegemonía del pensamiento y deparadigmas, se niegan a dialogar con la burguesía, estos devienen en elementos
revolucionarios que necesitan ser “recuperados”. En este sentido, los
economistas que comprenden la lógica y las necesidades de la burguesía
(y sus intereses que son el trasfondo de la teoría económica moderna), si bien
no pueden alejarse del sistema por completo pues estos economistas saben que el
trabajo útil es condición necesaria para la existencia humana (Marx, 1867,
p.53), se vuelven críticos contra el sistema y dejan de aceptar como verdad
absoluta lo que la educación y la cultura modernas les transmite.
Si bien este tipo de economistas, alejados de
los economistas modernos, podrían ser imaginados como anticuados e incluso como
“no científicos”, la verdad, que muchos de los economistas modernos desconocen
es que, desde el propio ambiente académico la teoría económica moderna ortodoxa
es bastante criticada, e incluso hay razones para creer que es
insostenible8, y esas razones han sido expuestas por personas cercanas al pensamiento de los clásicos y Marx9. Sin embargo, el objetivo de justificar
ideológicamente al capitalismo sirve como base para mantener una forma de
enseñanza
alejada de la crítica y convertida en una especie de “fe” a lo que el mainstream
proponga, en donde es más importante la “rigurosidad científica”
que proviene de instrumentos como la matemática que la comprensión
crítica de la lógica interna del capitalismo de forma racional y alejada de los
textos ortodoxos (la cual no necesita de matemática alguna para comprender los
elementos esenciales del capitalismo, aunque si bien junto con la matemática
puede volverse un instrumento bastante útil10)
Por esto, un economista “a la antigua” deberá
ser ante todo un cientista social que, sin dejar de lado jamás la búsqueda del
conocimiento y de la continua mejora de la teoría que estudia, no puede permanecer
indiferente a la realidad que le rodea, no puede permanecer indiferente a las
atrocidades que se dan en el capitalismo y si por último no le queda más opción
que volverse parte de la fuerza de trabajo asalariada, deberá
pertenecer a esta sin dejar jamás de creer que no hay mejor óptimo posible
que la revolución11.
En pocas palabras, un buen economista en
tiempos modernos deberá siempre tener en mente que aunque los
economistas actuales se han limitado a interpretar de diversas formas el mundo,
de lo que en realidad se trata la economía es de transformarlo (ver Marx, 1845,
XI tesis).
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Notas:
(*) 1. Agradezco a Nelson Dávila Acosta, profesor
de la Universidad de Guayaquil, por sugerirme escribir
sobre este tema. Con todo el tema sigue abierto para un
análisis mucho más profundo.
2 Tal definición implica que el
capital sea en última instancia “un poder social monopolizable”
(Marx, 1848, p.39).
3 Es interesante asociar el concepto de “voluntad de poder” y la lógica del capital y su
necesidad de acumulación. De hecho, si el capital es un
poder social monopolizable, la única forma en que puede existir es
por medio de la acumulación, del aumento del valor, del aumento del poder social que tiene asociado,
esta lógica hace recordar bastante a la lógica de la
voluntad de poder de Nietzsche (ver Nietzsche, 1885, p.127-130)
4 Y de hecho ya ha llegado a proponerse varias veces su
superación, pero sin embargo desde la caída del muro de
Berlín y la finalización del terrible peso que para la humanidad
significó el socialismo real se ha visto un silencio que recién se
está resquebrajando con las protestas mundiales
contra la crisis actual del capitalismo, como ejemplo se
tiene el movimiento de “los indignados” o el más reciente “ocupemos
Wall Street”.
5 Si bien estos son los que están más cercanos a
la tarea de justificar la lógica del capitalismo, en realidad
esta crítica se extiende a todos los “técnicos del saber” y demás
que devienen en “perros guardianes” del sistema (ver el extracto de
Sartre más abajo) aún sin saberlo.
6 Cabe recordar que las productividades
marginales (y por ende la función de producción) son la
pieza clave para explicar la distribución de la
riqueza desde la teoría neoclásica “pura” que se enseña actualmente en los textos
de microeconomía (ver p.ej. Nicholson, 1997, pp.469-
470).
7 Recordar que Sartre rechazó el premio Nobel de
literatura en 1964.
8 Sin entrar en detalles que no corresponden
a este texto, puede mencionarse las críticas provenientes de la corriente Postkeynesiana (en particular aquellas realizadas por Joan
Robinson y Piero Sraffa) como las fundamentales demostraciones
modernas de que la teoría ortodoxa en realidad se
fundamenta en conceptos inconsistentes como lo es
la definición neoclásica de “capital”. Tan fuertes son estas
críticas, que el mismo Samuelson, con respecto a la crítica de la posibilidad de retorno a técnicas de producción previamente abandonadas
dependiendo del valor de la tasa de ganancia
(ver Sraffa, 1960, pp.97-04) afirmaría que “
el fenómeno de la reversión a una tasa de interés muy baja a un
conjunto de técnicas que habían parecido viables sólo a una tasa de interés
muy alta implica más que tecnicismos esotéricos. Indica
que no puede ser universalmente válido el cuento sencillo
de Jevons, Böhm Bawerk, Wicksell y otros autores
neoclásicos, según el cual a medida que baja la tasa de interés como
consecuencia de la abstención del consumo presente a favor del consumo futuro,
la tecnología debe volverse en algún sentido más “indirecta”, más “mecanizada” y más “productiva””
(Samuelson, 1966, p.568). Penosamente este tipo de críticas casi no son
difundidas en muchos medios universitarios.
9 Ver por ejemplo Sraffa (1960, pp.111-113).
10 Ejemplo de esto es la posibilidad de extender
matemáticamente algunos aspectos de la economía política de Marx
como los esquemas de reproducción simple y ampliada (Marx, 1885, pp.429-637) y
la transformación de valores a precios
(Marx, 1894, pp.179-266), de lo cual
puede verse un comienzo en los planteamientos de Sraffa (p.ej. Sraffa, 1960,
pp.20-29).
11 Que a criterio personal no tiene por qué ser en este
momento una revolución armada, pues al menos en los momentos actuales con una
hegemonía política y militar de la burguesía quizá invencible (en especial a
nivel mundial), la revolución puede empezar con un cambio individual y la búsqueda
del hombre nuevo en nuestro
propio accionar diario junto con la continua
destrucción de los paradigmas y justificativos teóricos provenientes de la ortodoxia del
pensamiento económico que sirven de instrumento ideológico al
capitalismo. Esas creo son las bases para la posterior “gran
revolución” que podría venirse después.
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Referencias:
FRIEDMAN, Milton y Rose (1979): Libertad de elegir. Hacia un nuevo liberalismo económico, ediciones Grijalbo S.A., Barcelona, 1980.
MARX, Karl (1845): Tesis sobre Feuerbach, versión en línea, Marxists.org, ver:
MARX, Karl y ENGELS Federico (1848): Manifiesto del Partido Comunista, Disponible en: http://www.abogadonotariopr.com/images/SP/el_manifiesto.pdf
MARX, Karl (1867): El Capital, Tomo I: el proceso de producción del capital, Siglo
XXI Editores S.A., México, 1975-1981. Versión en línea disponible en:
MARX, Karl (1885): El capital, Tomo II: El proceso de circulación del capital, Siglo
XXI Editores S.A., México, 1975-1981. Versión digital disponible en:
MARX, Karl (1894): El Capital, Tomo III: el proceso global de la producción capitalista, Siglo XXI Editores S.A., México, 1975-1981. Versión en línea disponible
NICOLSON, Walter (1997): Teoría Microeconómica. Principios básicos y aplicaciones, Mc Graw-Hill, Sexta edición, 1997.
NIETZSCHE, Friedrich (1885): Así habló Zaratustra, EDIMAT libros S.A., colección clásicos de la literatura, Madrid, 2009.
SAMUELSON, Paul (1966): “A summing up”, The Quarterly Journal of Economics, Vol.80, No.4 (Nov. 1966), pp.568-583.
SARTRE, Jean-Paul (1976): Situations, Vol. X, Gallimard, París, 1976. Video con extracto original de la conferencia de Sartre disponible en:
SRAFFA, Piero (1960): Producción de mercancías por medio de mercancías, VORA & CO., Publishers Pvt. Ltd., edición hindú, Bombay, 1963. Ver: http://files.lanuevaeconomia.webnode.com/200000012- a6d65a7d0d/Production_of_commodities_by_means_of_commodities.pdf
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