La crisis en Europa ha
atravesado varias etapas y ahora ha llegado la fase de la discusión política.
Es la fase que más temen el establishment, el sistema bancario y
las grandes corporaciones y centros de poder. Se nota en la prensa
internacional de negocios. Esta es la etapa más importante porque en ella se
abre la controversia política y los pueblos comienzan a deliberar sobre su
futuro. Recuperan la palabra, la conciencia histórica y piensan su destino. Al
poder establecido le repugna este momento democrático y buscará distorsionarlo
y corromperlo de mil maneras.
Cuando la crisis comenzó con el colapso inmobiliario en Estados Unidos, la economía europea fue la primera en sufrir el coletazo. La bursatilización de activos tóxicos estadounidenses había sido el medio de contagio en el sistema bancario y financiero europeo. El primer síntoma fue el colapso de los bancos BNP Paribas (septiembre 2007) y Northern Rock (nacionalizado en febrero 2008). El congelamiento en el mercado de dinero interbancario hizo lo demás: la correa de transmisión condujo a una caída en la inversión y la demanda final. La corrosión en el sector financiero fue seguida de un freno en la actividad de la economía real (no financiera).
Cuando la crisis comenzó con el colapso inmobiliario en Estados Unidos, la economía europea fue la primera en sufrir el coletazo. La bursatilización de activos tóxicos estadounidenses había sido el medio de contagio en el sistema bancario y financiero europeo. El primer síntoma fue el colapso de los bancos BNP Paribas (septiembre 2007) y Northern Rock (nacionalizado en febrero 2008). El congelamiento en el mercado de dinero interbancario hizo lo demás: la correa de transmisión condujo a una caída en la inversión y la demanda final. La corrosión en el sector financiero fue seguida de un freno en la actividad de la economía real (no financiera).
La segunda fase de la crisis
arranca con la caída en el nivel de actividad y la reducción en los ingresos
tributarios. Al mismo tiempo, la coordinación en el seno del G-20 llevó a un
aumento en el gasto público para estimular la economía y mitigar el efecto de
la caída en la demanda agregada. La contracción en los ingresos tributarios y
la expansión en el gasto público se combinaron para incrementar fuertemente el
déficit fiscal. Y como la arquitectura de la unión monetaria impide al Banco
central europeo (BCE) financiar a los gobiernos de la zona euro, no quedó más
remedio que acudir a los mercados financieros, en cuyas aguas los tiburones
están cebados. Por eso esta segunda etapa de la crisis se presenta para muchos
como una crisis de endeudamiento de los gobiernos. Pero esa no es su verdadera
naturaleza.
La evolución de la crisis no
es lineal. Las diversas caras de la crisis coexisten: la nacionalización de
Bankia en España confirma que el sistema bancario en Europa está dañado y
tendrá que seguir en cuidados intensivos. La primera fase de la crisis no pasó
en vano, y la austeridad no sólo no arregla nada sino que agrava las cosas. La
restricción fiscal ya condujo a la recesión y ahora viene la movilización
política para evitar que los daños lastimen a la población europea.
Mucho se ha escrito sobre el
triste estado de la teoría económica convencional. No pudo prever la crisis
porque es esencialmente un discurso ideológico y para hacer la apología del
régimen neoliberal lo que menos se quería era hablar de la inestabilidad
intrínseca del capitalismo. Confrontada con el fenómeno del desempleo esa misma
teoría estándar siempre insistió en que la culpa la tenían los sindicatos y
cualquier forma de protección laboral. Es el mito de la rigidez de precios que
sigue siendo el arma predilecta de propaganda política neoliberal. Por eso,
pasada la primera sorpresa los portavoces del poder neoliberal recuperaron la
iniciativa y relanzaron su discurso en contra del gasto público y a favor de
las reformas estructurales. El neoliberalismo reconoció rápido la oportunidad
para una nueva guerra contra el estado de bienestar. La contraseña en esta
nueva ofensiva es la palabra austeridad.
Los economistas saben desde
hace mucho tiempo que aplicar un régimen de austeridad en una contracción
económica es la mejor receta para hundir una economía en una depresión. Pero
aquí no importa que el diagnóstico sea equivocado y que la medicina de la
austeridad esté contraindicada. Los poderes en la Unión Europea, en el BCE y en
el Fondo monetario internacional (FMI) sólo piensan en rescatar el programa
neoliberal. El castigo contra los pueblos de Grecia, España, Portugal e Italia
muestra claramente la naturaleza podrida de su proyecto. A los poderes
establecidos no les interesa la democracia, ni los ciudadanos de la Unión
Europea. El pueblo es material gastable porque lo único que cuenta en este
momento es salvar el proyecto neoliberal.
De cara a las elecciones del
17 de junio, Alexis Tsipras, dirigente de la formación de izquierda radical
Syriza, tiene razón al señalar que el fundamento de Europa es la democracia y
la solidaridad, no un pacto organizado alrededor de los dogmas de la austeridad
fiscal y la estabilidad de precios. No hay que equivocarse, ésta es la crisis
de un modelo económico basado en la especulación y la explotación, no la crisis
del estado de bienestar. La lucidez de los pueblos acabará con la superchería
neoliberal. La moneda única debe tener otro fundamento y, en todo caso, no se
va a salvar con el dogma de la austeridad neoliberal y la destrucción del
estado de bienestar en Europa. En América y en Europa, una nueva economía debe
construirse sobre las ruinas del proyecto neoliberal
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